sábado, 28 de noviembre de 2015

#Capítulo 9

Dolor. Dolor era aquella palabra que había descrito mi vida durante tantos años. Una palabra como otra cualquiera, con solo cinco letras y un significado que desgarraba el alma de cualquiera que verdaderamente lo conociera. Y no sabía que parte de mi vida había sido más dolorosa, ¿Lo había sido la muerte de mi padre?¿El abandono de mi madre?¿Había sido la presión de mantener mis estudios durante tantos años?¿O había sido el accidente y todas sus consecuencias? No lo sabía con certeza, puesto que cada parte de mi vida se había encargado de herirme de una manera u otra, hasta el punto en el que mi corazón estaba magullado por cada recoveco de su ser. Pero quizás hoy me enfrentaba a lo peor y más duro desde la muerte de Joy, reconocer en público que ella ya no estaba.

Había pasado una semana desde que me había ido del hospital y me había instalado en la casa de Maggie. Una semana desde que había entrado en pánico y acabado por echar a mi madre lanzándole el agua de las flores y dando gritos llenos de furia, que apostaba lo que fuera a que se escucharon por todo el hospital. Aquello me costó un día más en el hospital, drogado hasta los ojos y sin poder siquiera levantarme de la cama.

Pero aquello pasó y Maggie vino a buscarme como prometió. Aún podía notar la culpabilidad emanando de su piel cada vez que me miraba, pero no iba a decirle nada, tampoco podía culparla por sentirse así, yo mismo lo hacía infinitas veces todos los días.

Me levanté temprano en la mañana, en el sofá cama de la chica sin haber podido dormir demasiado atormentado por las pesadillas, por culpa del temor que me recorría las venas. ''Recuerda que hoy es la misa de Joy, Nate'' decía el mensaje procedente de la hermana del difunto amor de mi vida. Me puse en pie con los fantasmas rondando mi cabeza, escuchaba la música retumbar en esta, no quiero extrañar nada, decía una de las canciones que a Joy más le gustaban. Cómo una canción podía llevar tantísima razón, cómo podía yo imaginar que iba a comprender aquella letra tan bien y que iba a recorrerme el cuerpo como una ola de calor asfixiante que me ahogaría en mi propia mierda.

Pronto estábamos Maggie y yo frente a una pequeña capilla del centro, nada demasiado ostentoso, de paredes de piedra y una cruz en lo alto, que nos devolvía la mirada.

- Creo que voy a vomitar - le susurro a la chica, la cual tenía un sencillo vestido de un color vino muy oscuro - No puedo hacerlo. - me doy la vuelta dándole una patada a una piedra, dándole la espalda a la iglesia.

No recibo una respuesta inmediata, de hecho, no la recibo, al darme la vuelta veo cómo ella ha tomado la iniciativa y entra en la iglesia con paso decidido. No le gustaban los cobardes, lo había aprendido bien en el poco tiempo que había pasado junto a ella ¿Era yo un cobarde? Bueno, no quería serlo. La sigo y me quedo helado al ver unos ojos verdes que me observan. Es una foto, me tengo que recordar. Justo en la entrada había unas flores acompañando a una foto de Joy sonriendo con amplitud. Siempre te recordaremos, decía la inscripción debajo. Hay que joderse. Dicha capilla estaba llena hasta los topes, con personas que no conocía y algunas a las que ya odiaba solo por verlas sonreír en un momento como aquel. Siento la mano de la chica en mi hombro, ha vuelto a mi lado y por un momento tengo que recordarme que no es la mano que yo desearía que fuera.

- ¡Nathaniel! - escucho una voz alegre que casi me hace caerme del susto - no creí que fuera a verte por aquí, de hecho, nadie lo creía - mi mirada se gira para ver a alguien que no conozco, estaba totalmente perdido. Es un hombre de unos treinta y cinco años, con el cabello rojizo y una amplia sonrisa. 

- Pues ya ve que estoy aquí - digo en un tono cortante para girarme y echar a andar, esperando que Maggie me siguiera hasta primera fila dónde las coronas de flores y las fotos no paraban de aparecer ante mis ojos.

Todo parecía demasiado difuso ante mis ojos, no veía a nadie, no quería ver a nadie, todo daba vueltas y yo no estaba ni bien ni seguro de mí mismo. No sabía qué diablos hacía allí, no debía estar allí. ''Afrontar tus miedos, idiota'' escucho retumbar en lo más profundo de mi ser, no era mi voz la que hablaba en mi cabeza, sino la de la chica que aparecía en las imágenes. Pero la de aquellas fotos... la de aquellas fotos no era Joy, era una mala imitación de su alegría y su sencillez. Mi mirada pasa por cada una de las fotos que allí había en su memoria. Me dirijo sin rendir cuentas a nadie a la imagen, en un marco de plata, junto con todas las demás. Era una fotografía triste sin duda. Ambos dormíamos en una cama de hospital, yo recién operado con una mascarilla en el rostro y ella a mi lado, con cuidado de no hacerme daño en la herida. También ella estaba pasando un mal momento en aquella época, pero no se alejó de mí. Mis manos tiemblan con violencia ¿Por qué habían tenido que poner aquella foto? ¿Por qué?

- Hijo, vamos a sentarnos - siento que dice una voz grave, mientras una mano acaricia mi hombro. Miro hacia el Señor Milton, su mirada no era mejor que la mía y seguro que para él tampoco había sido nada fácil enfrentarse a la muerte de su hija.

- ¿Cómo lo hace? - digo con los ojos rojos  y la respiración agitada mirando directamente a los cansados ojos del hombre que tenía ante mí. No sabía como aguantaba estar allí, ante todos, con su hija por todas partes no... no lo sabía.

- Supongo que el corazón tiene razones que la razón no entiende hijo... Y siento que ella, desde dónde esté me da fuerzas para seguir. - una leve sonrisa curva su rostro y como un padre, me abraza dándome todo el apoyo que necesitaba y admitía en aquel momento. 

Era momento de tomar asiento, en los bancos de madera que parecían demasiado tristes y lúgubres para que los admitiera de cualquier manera. A mi derecha está Maggie, que lo observa todo con detenimiento, tratando de descubrir qué hacía que aquella chica fuera tan especial para tantas personas. Mis ojos divisan a Patrick con Michelle, pero no me atrevo a decir nada, me sentía despechado por ni siquiera responder a mis llamadas y mensajes de disculpa. A mi izquierda están los padres de Joy y Katherine, que ya eran como mi propia familia, y de hecho, se habían comportado mejor que la mía propia.

Un cura, comienza a hablar, a predicar la palabra del señor, el mismo Dios que tanta amargura me había hecho pasar, el mismo Dios que tanto dolor le había provocado a ella ¿Acaso era justo? ¿Ser esclavos de lo que se le antojara a un ser que ni siquiera se deja mostrar? Entrecierro mis ojos y sin darme cuenta, sobre mis manos, cae una lágrima, seguida de muchas otras. Me apoyo con mis codos sobre las piernas, pasándome las manos por el rostro ocultando todo el dolor. Lloraba en silencio, sintiendo una mano de apoyo en mi espalda cuando algunos invitados a la misa empiezan a hablar, uno tras otro, diciendo grandes mentiras,de gente que ni la conocían. Llega mi turno, sabía que tenía que hablar, pero no había preparado nada, era tan desgarrador pensar en aquello que ni siquiera había dejado que aquello preocupara mi mente. 

Con las piernas temblando, me levanto, limpiándome el rostro con la manga, respirando con dificultad. Subo al altar. Solo veo ojos que me miran esperando unas palabras de consuelo, de apoyo o de desesperación. Al final de la sala, a la entrada, veo la foto que había visto al entrar y me armo de un valor que no sabía de donde salía.

- Joy, mi amada Joy, no sé desde dónde te hablo, no sé que día es hoy ni ni siquiera si quiero que haya un mañana, no creo ser consciente de lo mucho que te extraño y... verte de nuevo, aquí, entre tanta gente, en cada uno de los que hoy te lloran, no sé si me da fuerzas o me destroza - hablo mirando al frente, se lo contaba a ella, a nadie más, solo a ella - Tuve la suerte, de conocerte de la manera que solo yo te pude conocer, te conocí como hija, como amiga, te conocí como amante y soñadora, te conocí como cantante y bailarina, como modelo y princesa... te conocí como la mejor parte de mí. Quizás sea tarde, o quizás demasiado pronto para decir que no puedo olvidarte, no hay un maldito día que no pase cada segundo pensando en ti... En tus mejores años y en los peores, y en cómo no te he podido agradecer todo como te mereces. Y soy un cobarde, - con las lágrimas en los ojos me aclaro la garganta y tomo aire, tratando de seguir cuando todo mi cuerpo me aclamaba que parara - soy un cobarde por no ser capaz de admitir que ya no estás y que esto es solo una broma del destino, por creer que eres mía cuando ya otras manos te han llevado y... lo siento... siento no poder dejarte descansar en paz, siento extrañarlo todo de ti, siento no ser capaz de estar nunca a la altura... Te amo, te amé y nunca podré dejar de hacerlo, porque el amor no muere mientras que uno de los dos siga enamorado. Te quiero, princesa.