sábado, 28 de noviembre de 2015

#Capítulo 9

Dolor. Dolor era aquella palabra que había descrito mi vida durante tantos años. Una palabra como otra cualquiera, con solo cinco letras y un significado que desgarraba el alma de cualquiera que verdaderamente lo conociera. Y no sabía que parte de mi vida había sido más dolorosa, ¿Lo había sido la muerte de mi padre?¿El abandono de mi madre?¿Había sido la presión de mantener mis estudios durante tantos años?¿O había sido el accidente y todas sus consecuencias? No lo sabía con certeza, puesto que cada parte de mi vida se había encargado de herirme de una manera u otra, hasta el punto en el que mi corazón estaba magullado por cada recoveco de su ser. Pero quizás hoy me enfrentaba a lo peor y más duro desde la muerte de Joy, reconocer en público que ella ya no estaba.

Había pasado una semana desde que me había ido del hospital y me había instalado en la casa de Maggie. Una semana desde que había entrado en pánico y acabado por echar a mi madre lanzándole el agua de las flores y dando gritos llenos de furia, que apostaba lo que fuera a que se escucharon por todo el hospital. Aquello me costó un día más en el hospital, drogado hasta los ojos y sin poder siquiera levantarme de la cama.

Pero aquello pasó y Maggie vino a buscarme como prometió. Aún podía notar la culpabilidad emanando de su piel cada vez que me miraba, pero no iba a decirle nada, tampoco podía culparla por sentirse así, yo mismo lo hacía infinitas veces todos los días.

Me levanté temprano en la mañana, en el sofá cama de la chica sin haber podido dormir demasiado atormentado por las pesadillas, por culpa del temor que me recorría las venas. ''Recuerda que hoy es la misa de Joy, Nate'' decía el mensaje procedente de la hermana del difunto amor de mi vida. Me puse en pie con los fantasmas rondando mi cabeza, escuchaba la música retumbar en esta, no quiero extrañar nada, decía una de las canciones que a Joy más le gustaban. Cómo una canción podía llevar tantísima razón, cómo podía yo imaginar que iba a comprender aquella letra tan bien y que iba a recorrerme el cuerpo como una ola de calor asfixiante que me ahogaría en mi propia mierda.

Pronto estábamos Maggie y yo frente a una pequeña capilla del centro, nada demasiado ostentoso, de paredes de piedra y una cruz en lo alto, que nos devolvía la mirada.

- Creo que voy a vomitar - le susurro a la chica, la cual tenía un sencillo vestido de un color vino muy oscuro - No puedo hacerlo. - me doy la vuelta dándole una patada a una piedra, dándole la espalda a la iglesia.

No recibo una respuesta inmediata, de hecho, no la recibo, al darme la vuelta veo cómo ella ha tomado la iniciativa y entra en la iglesia con paso decidido. No le gustaban los cobardes, lo había aprendido bien en el poco tiempo que había pasado junto a ella ¿Era yo un cobarde? Bueno, no quería serlo. La sigo y me quedo helado al ver unos ojos verdes que me observan. Es una foto, me tengo que recordar. Justo en la entrada había unas flores acompañando a una foto de Joy sonriendo con amplitud. Siempre te recordaremos, decía la inscripción debajo. Hay que joderse. Dicha capilla estaba llena hasta los topes, con personas que no conocía y algunas a las que ya odiaba solo por verlas sonreír en un momento como aquel. Siento la mano de la chica en mi hombro, ha vuelto a mi lado y por un momento tengo que recordarme que no es la mano que yo desearía que fuera.

- ¡Nathaniel! - escucho una voz alegre que casi me hace caerme del susto - no creí que fuera a verte por aquí, de hecho, nadie lo creía - mi mirada se gira para ver a alguien que no conozco, estaba totalmente perdido. Es un hombre de unos treinta y cinco años, con el cabello rojizo y una amplia sonrisa. 

- Pues ya ve que estoy aquí - digo en un tono cortante para girarme y echar a andar, esperando que Maggie me siguiera hasta primera fila dónde las coronas de flores y las fotos no paraban de aparecer ante mis ojos.

Todo parecía demasiado difuso ante mis ojos, no veía a nadie, no quería ver a nadie, todo daba vueltas y yo no estaba ni bien ni seguro de mí mismo. No sabía qué diablos hacía allí, no debía estar allí. ''Afrontar tus miedos, idiota'' escucho retumbar en lo más profundo de mi ser, no era mi voz la que hablaba en mi cabeza, sino la de la chica que aparecía en las imágenes. Pero la de aquellas fotos... la de aquellas fotos no era Joy, era una mala imitación de su alegría y su sencillez. Mi mirada pasa por cada una de las fotos que allí había en su memoria. Me dirijo sin rendir cuentas a nadie a la imagen, en un marco de plata, junto con todas las demás. Era una fotografía triste sin duda. Ambos dormíamos en una cama de hospital, yo recién operado con una mascarilla en el rostro y ella a mi lado, con cuidado de no hacerme daño en la herida. También ella estaba pasando un mal momento en aquella época, pero no se alejó de mí. Mis manos tiemblan con violencia ¿Por qué habían tenido que poner aquella foto? ¿Por qué?

- Hijo, vamos a sentarnos - siento que dice una voz grave, mientras una mano acaricia mi hombro. Miro hacia el Señor Milton, su mirada no era mejor que la mía y seguro que para él tampoco había sido nada fácil enfrentarse a la muerte de su hija.

- ¿Cómo lo hace? - digo con los ojos rojos  y la respiración agitada mirando directamente a los cansados ojos del hombre que tenía ante mí. No sabía como aguantaba estar allí, ante todos, con su hija por todas partes no... no lo sabía.

- Supongo que el corazón tiene razones que la razón no entiende hijo... Y siento que ella, desde dónde esté me da fuerzas para seguir. - una leve sonrisa curva su rostro y como un padre, me abraza dándome todo el apoyo que necesitaba y admitía en aquel momento. 

Era momento de tomar asiento, en los bancos de madera que parecían demasiado tristes y lúgubres para que los admitiera de cualquier manera. A mi derecha está Maggie, que lo observa todo con detenimiento, tratando de descubrir qué hacía que aquella chica fuera tan especial para tantas personas. Mis ojos divisan a Patrick con Michelle, pero no me atrevo a decir nada, me sentía despechado por ni siquiera responder a mis llamadas y mensajes de disculpa. A mi izquierda están los padres de Joy y Katherine, que ya eran como mi propia familia, y de hecho, se habían comportado mejor que la mía propia.

Un cura, comienza a hablar, a predicar la palabra del señor, el mismo Dios que tanta amargura me había hecho pasar, el mismo Dios que tanto dolor le había provocado a ella ¿Acaso era justo? ¿Ser esclavos de lo que se le antojara a un ser que ni siquiera se deja mostrar? Entrecierro mis ojos y sin darme cuenta, sobre mis manos, cae una lágrima, seguida de muchas otras. Me apoyo con mis codos sobre las piernas, pasándome las manos por el rostro ocultando todo el dolor. Lloraba en silencio, sintiendo una mano de apoyo en mi espalda cuando algunos invitados a la misa empiezan a hablar, uno tras otro, diciendo grandes mentiras,de gente que ni la conocían. Llega mi turno, sabía que tenía que hablar, pero no había preparado nada, era tan desgarrador pensar en aquello que ni siquiera había dejado que aquello preocupara mi mente. 

Con las piernas temblando, me levanto, limpiándome el rostro con la manga, respirando con dificultad. Subo al altar. Solo veo ojos que me miran esperando unas palabras de consuelo, de apoyo o de desesperación. Al final de la sala, a la entrada, veo la foto que había visto al entrar y me armo de un valor que no sabía de donde salía.

- Joy, mi amada Joy, no sé desde dónde te hablo, no sé que día es hoy ni ni siquiera si quiero que haya un mañana, no creo ser consciente de lo mucho que te extraño y... verte de nuevo, aquí, entre tanta gente, en cada uno de los que hoy te lloran, no sé si me da fuerzas o me destroza - hablo mirando al frente, se lo contaba a ella, a nadie más, solo a ella - Tuve la suerte, de conocerte de la manera que solo yo te pude conocer, te conocí como hija, como amiga, te conocí como amante y soñadora, te conocí como cantante y bailarina, como modelo y princesa... te conocí como la mejor parte de mí. Quizás sea tarde, o quizás demasiado pronto para decir que no puedo olvidarte, no hay un maldito día que no pase cada segundo pensando en ti... En tus mejores años y en los peores, y en cómo no te he podido agradecer todo como te mereces. Y soy un cobarde, - con las lágrimas en los ojos me aclaro la garganta y tomo aire, tratando de seguir cuando todo mi cuerpo me aclamaba que parara - soy un cobarde por no ser capaz de admitir que ya no estás y que esto es solo una broma del destino, por creer que eres mía cuando ya otras manos te han llevado y... lo siento... siento no poder dejarte descansar en paz, siento extrañarlo todo de ti, siento no ser capaz de estar nunca a la altura... Te amo, te amé y nunca podré dejar de hacerlo, porque el amor no muere mientras que uno de los dos siga enamorado. Te quiero, princesa.

sábado, 7 de febrero de 2015

ESPECIAL 2000

No me lo podía creer. Estaba en una sala de un mugroso hospital, algo que empezaba a ser habitual desde hace unas semanas, y era el último lugar donde esperaba encontrarme al famoso, sexy y despampanante Nathaniel Robinson, el chico que toda chica amaba, el tío más subnormal de la Tierra, con menos neuronas que un mosquito y el único que había echo despertar la atención de toda mujer en el planeta. No lo negaba, era guapo, de grandes ojos verdes, moreno y tenía una sonrisa de infarto, alto, musculoso y con una grave y sedosa voz, tenía largas y frondosas pestañas y del cuello de su camiseta se podía ver una pequeña parte de un tatuaje en blanco y negro. En el instituto todas esperaban que pasara por su lado y se derretían con solo rozarle, pero yo era una escéptica, no creí ni por un momento que aquel chico se mereciera un segundo de mis pensamientos ya que él sólo tenía ojos para las despampanantes chicas con anorexia y pechos como globos de feria. A fin y al cabo ¿No era en eso en lo que se fijaban todos los tíos? Pero al verle, años después de acabar el instituto, en silla de ruedas y lleno de vendajes y hematomas, con la mirada perdida y grandes surcos bajo los ojos, no parecía el mismo y, por un instante me da muchísima lástima y, a la vez, curiosidad por saber qué le había pasado para pasar de ser un carismático súper modelo en potencia a ser un desvalido, magullado y sin alma paciente de hospital.

- Estas hecho mierda. – le digo, sonriendo, dudando que sepa quién soy. El chico vuelve a la vida y me mira, como despertando de un ensañamiento profundo y amargo. Me doy cuenta de que lleva unas vendas en las muñecas, pero no le doy importancia, todo parecía mejor así. Con desdén él sonríe mirando hacia otro lado. La sonrisa prepotente seguía allí, igual de preciosa que siempre.
- Por eso me quieren aquí y no en los juegos olímpicos. - me contesta, lo cual me hace gracia, su tono de voz no va nada a corde con su desvencijado aspecto, parece que bromea, incluso que se ríe de sí mismo.
- Ya, yo tampoco te querría en los juegos olímpicos, Nathaniel – Me reprendo enseguida por decir su nombre, debería haberme callado y él parece haber visto un fantasma al oírme pronunciar su nombre. Abren la puerta de la sala de espera.
- Joy Milton – dice la enfermera que acaba de salir. Suspiro y sonrío mientras me llevan dentro. Se había quedado perplejo. Mejor, así pensaba un poco y ejercitaba el cerebro.
- ¿Qué le ha pasado a ese chico? - le pregunto a la enfermera cuando entramos en la sala. Se suponía que los médicos ni enfermeras podían contar nada sobre otros pacientes, pero aquella era especialmente chismosa y yo dulce, inocente y un tanto curiosa.
-  Un accidente de moto,-  dice la enfermera que estaba dentro - una lástima...
- ¿Por qué? Hay accidentes de moto todos los días ¿No?
- El accidente le ha dejado paralítico, no se lo ha tomado muy bien y los médicos están muy preocupados por su estado de ánimo... - ¿Estado de ánimo? Parecía siendo igual de irónico que siempre en la sala de espera - Pero bueno señorita Milton, así es la vida, por muy guapo que seas eso no lo es todo...
Lo primero que pensé fue que hubieran pensado los demás estudiantes si lo vieran ahora y, lo segundo, como había sido capaz de decirle que estaba echo una mierda ¡Pues claro que lo estaba! Y yo era una imnécil sin sentimientos que no podía decir nada sin meter la pata. Ahora me sentía rematadamente culpable. Nunca había sido muy lista, pero tampoco había que serlo mucho para saber que si estaba en un hospital era porque no estaba bien.
Pero fue pasando el tiempo, y con él me fui dando cuenta de que aquella fue la primera vez que vi al amor de mi vida desde el instituto, la primera vez que me di cuenta de que era una persona igual que yo y fue la última vez que vi a Nathaniel como un arrogante chico sin neuronas. Muchas veces me daba cuenta de que se quedaba mirándome, inconscientemente, de que me desnudaba con la mirada y me erizaba el cabello de la nuca. Resultó ser un chico reservado y cauto, con principios y mucho carácter. Resultó ser que me enamoré de cada parte de su ser, me enamoré de todo lo que había odiado de él y me enamoré de la idea de enamorarnos. Veía aquel brillo en sus ojos que me suplicaba que le besara, veía sus cicatrices y me decía que eran lo más bonito que él poseía, ni sus ojos, ni su sonrisa, sino aquello que lo hacía humano. A veces, mientras dormía, me gustaba observarle y decirle qué adoraba de él, me hubiera gustado contarle que guardaba un pétalo de rosa bajo la almohada, que cada noche dormía con la esperanza de que al abrir los ojos siguiera allí, me hubiera gustado que supiera que si las cosas hubieran sido de otra forma, quizás nunca hubiera sabido lo que es el amor, y por eso me sentía afortunada de padecer mi enfermedad, porque aunque todo pintara negro, todo tenía un destello de luz gracias a él. Siempre llevaría en mi vivo o muerto corazón a Nathaniel, como la persona que hizo que el infierno fuera un pedacito de cielo, como el que hizo que una don nadie se sintiera la reina del mundo, el único que consiguió que, a pesar de no tener cabello, me sintiera guapa, que a pesar de no tener motivos para serlo, fuera feliz. Y daba gracias a Dios por ello. Gracias a Nathaniel Robinson, por darle sentido a mi corta vida de mierda.

jueves, 15 de enero de 2015

#Capítulo 8

Hay tres cosas que poseemos los humanos para ser como somos: el odio, la razón y el amor, dirigidos por el instinto, el cerebro y el corazón. En aquel momento yo sentía las tres cosas, oprimiendome el pecho, sin dejar que tome aire, en una asfixia continua que nunca se acaba, como el sufrimiento del inmortal Prometeo a quien, cada noche, un águila iba en su busca para devorar sus entrañas. En aquel momento, el castigo del mito de Prometeo me parecía demasiado suave para el dolor que yo sentía. Me odiaba a mi mismo y en mi cabeza la razón   me decía que no merecía la pena seguir así. El amor hacia los que me quedaban hacían que el odio y la razón se fueran por el retrete, pero había veces que no podía evitarlo, dejar que los malos sentimientos me dominasen. Viviría por los dos, me prometí una vez, así que no podía morir y debía seguir a pesar de no tener fuerzas, a pesar de creer que no me quedaba nada, a pesar de no tener nada. Si ella luchó por su vida hasta el final, yo debía hacer lo mismo. Aunque había veces que me lo cuestionaba, como en aquel momento. Patrick se había ido, había intentado llamarle, llamar a Michelle, a su casa, pero no rebí respuesta de nadie. Me hubiera gustado disculparme, haberle dicho otra cosa, así alomejor se hubiera quedado... Pero ya no hablaba, había perdido mi oportunidad, para variar ¿Cuando iba a empezar a hacer las cosas bien?


- ¿Se puede? - una chica abre la puerta y reconozco inmediatamente la mecha roja de su cabello. 


Estoy sentado en la camilla del hospital, con un gotero con tranquilizantes y a saber qué más. Me habían dicho que podría irme al día siguiente, pero habían informado a mi médico de lo ocurrido y pidió que me llevaran de vuelta lo antes posible. No sabía como pues Patrick no me iba a llevar y no podía conducir, además de tener gran parte de mis pertenencias y a mi perro en la casa de mi hermano. No había aguantado ni cuatro días y ya me estaban hechando. Genial. Ya veis que se me da genial hacer amigos.


- Hola Maggie - la saludo con un amago poco creíble de sonrisa. Iba vestida con vaqueros y una sudadera sin capucha de color negro.


- ¿Cómo estás? - me pregunta manteniéndose a una distancia considerable de la camilla. No la recordaba tan distante en la fiesta y me parece que tiene que ver con lo ocurrido en la fiesta.


- Bien, bueno estoy seguro de que en vena me están inyectando el doble de mi medicación habitual pero al menos evita que piense - ella suspira y cae sobre la camilla vencida como un cuerpo inerte.


- Siento mucho lo que ha pasado de verdad, yo no sabía nada - antes de seguír hablando toma aire un segundo, espantándo los demonios - ¿Por qué no me dijiste que estabas enfermo? - miro por la ventana que daba al pasillo un segundo y entrecierro los ojos.


- No lo preguntaste. - vuelvo la mirada hacia ella - además, no quería darte lástima.


- ¿Qué ...? ¡Casi te mueres a mis pies! - me responde con los ojos muy abiertos - No te tengo pena, ni lástima, me pareces un chico que se comporta como cualquier otro chico que ha tenido algo de mala suerte. Pero no por eso tienes que ocultarlo, tienes que tener un par de huevos Nate.


- No lo oculto - le discuto con el ceño fruncido - pregúntame algo, lo que quieras. - digo sin pensar verdaderamente en lo que estoy diciendo, seducido por la puesta en duda de mi honradez.


- Háblame sobre tu novia - frunce el ceño, sabe muy bien lo que pregunta, sabe que es mi punto débil, lo dice cruzándose de piernas sobre la cama, atenta a lo que tenía que decirle. Bien Nate, eres un tío listo.


- Joy - digo cerrando los ojos durante un segundo - ¿Qué quieres saber de ella? - esto empezaba a incomodarme, no sabía por qué diantres tuve que decirle nada.


- No sé.... ¿Cómo empezásteis a salir? - pregunta ella inocentemente.


Lo recordaba bien, como si fuera ayer, como si todo lo pasado desde entonces se hubiera esfumado y volviera a sentir las cosquillas en el estómago. Recordaba el olor a césped recién cortado, el sol tostándo mi piel en primavera, la música de fondo, Joy... Ella cantaba y bailaba imitando al cantante de aquella canción, si su suerte hubiera sido otra podría haber sido cantante o bailarina, podría haber sido modelo o podría haber sido médico, todo lo que ella hubiera querido ser lo hubiera conseguido, lo hubiera hecho.


Estábamos en los jardines del hospital, donde los enfermos se sentían un poco menos enfermos y el sol brillaba con intensidad. Allí estábamos los dos, bajo la sombra de un manzano, escuchando música y riendo de nuestra propia sombra. Hacía meses que me había dado cuenta de lo que sentía por ella, hacía meses que la luz de sus ojos me dividía en mil pedazos y me recomponía cuando estaba perdido, hacía meses que el corazón se me desbocaba con caricias regaladas y se me erizaba el vello de la nuca al escuchar su nombre.


- ¿Entonces mañana puedes venir o no? - le decía con una sonrisa de oreja a oreja cuando empieza el estribillo de Crazy, de Aerosmith.


- Le tendré que consultar a mis contactos - dice guiñando un ojo cuando empieza a cantar el estribillo dando vueltas. Parecía un pájaro. Con los brazos extendidos miraba con los ojos cerrados al cielo, dejando que el sol la contemplara desde lo alto.


- ¿Tienes contactos? - digo enarcando una ceja y una sonrisa de suficiencia. Era tan preciosa que era difícil apartar la vista y era muy fácil imaginar lo que podría pasar...


- Pues claro - dice sonríendo y con una risa suave de pajarillo. Me mira y sus ojos sonríen - Soy alguien importante.


- Ah perdone señorita importante con contactos - digo riendo - ¿Y yo quien soy?


- Tu... Eres un caballero - ante mi cara de espetufefaccion ella ríe - las chicas importantes solo se codean con caballeros.


- Entonces yo soy un caballero que vive en un mundo donde los caballeros andantes ya no existen, sin caballo y sin armadura. - ella se muerde el labio y sonríe.


- ¿Eso te lo has inventado tú? - dirijo la mirada hacia un lado y me paso una mano por el cabello.


- Si hombre ojalá, lo vi en una película - digo sonriendo - tanta imaginación no tengo.... Entonces... ¿vienes? 


- Con la condición de que no me digas que estás enamorado de mi - ella ríe, tan alegre como siempre, pero mi cara es básicamente un poema. Me quedo con la boca abierta hasta que ella para de reírse y me mira - ¿Qué pasa?


- Pues que... - digo con la boca seca y pastosa, solo puedo sonreír tontamente desde la silla de ruedas - bueno... - tomo aire e intento calmarme -  digamos que el caballero se colgó de la importante, pero eso carece de importancia ¿no? - muevo la silla de ruedas para salir de allí antes de que me diera un ataque, ni siquiera la miré a la cara, solo quería salir de allí. Era un estúpido paralítico con un cable que le cruzaba la nariz.


- Eh - me llama desde la sombra del Manzano cuando apenas había recorrido tres tristes metros - ¿Qué le hubiera dicho el caballero a la importante de haber ido? - sonrío y giro la silla de ruedas. No podía evitar mantenerme serio y distante, no con ella.


- Que quizás no pueda andar, tampoco respirar como es debido y puede que me muera antes de hacerlo, pero que intentaría hacer a esa importante chica feliz, costara lo que costara. - ella se me queda mirando e inclina la cabeza a un lado.


- ¿Qué piensas que te hubiera contestado? - sonrío con el corazón en un puño y las manos temblando.


- ¿Qué piensas tú? - le contesto y, por un segundo, pienso que va a salir corriendo y me va a dejar ahí en medio, falto de aire conectado a una pequeña bombona de oxígeno que en ese momento lo me iba a servir de nada.


- Pues... Pienso... Que es una declaración de amor propia de película, que nunca se lo hubiera imaginado. - Cierra los ojos mirando al cielo y sonríe - pero me gusta.


- Te gusta - repito, no me había aclarado nada y eso era malo, muy malo. Se acerca a mí, apoyando sus manos en los brazos de la silla, estábamos muy cerca el uno del otro y aquello desataba mi corazón.


- Quiero intentarlo Nathaniel. - y ahí fue cuando empecé a respirar con nuevos pulmones.


Vuelvo a la habitación de hospital, cuatro años después, con otra chica que no es Joy en la sala, con el miedo en el cuerpo y mis manos temblando. Aquellos momentos solo se los contaba a mi psicóloga y para acabar con ello lo antes posible, nunca porque sí. Maggie me miraba con rostro serio. Maggie, no Joy, me tengo que recordar.


- Ya no llevas bombona de oxígeno - me dice, de todo lo que podría decir y dice eso...


- Si sientes curiosidad me operaron hace año y medio - le digo recostándome en la cama. Sentía un fuerte dolor en el pecho, nada físico, pero dolía como mil puñaladas. Joder, eran esos ojos verdes tras mis párpados, esa piel perfecta, esa alegría y coraje... Dios... 


- Pero te sigue faltando el aire...


- No, estoy perfectamente - le replico tapándome con las sábanas hasta la cabeza, ocultando los sentimientos, apretando los ojos con fuerza. Intentando matar los recuerdos.


- No me refiero a eso Nathan. Escúchame siento lo que ha pasado, ha sido mi culpa, pero deja que te compense, se la manera de la que vas a respirar de nuevo.


- ¿Y como sabes que funcionará? - pregunto con el corazón encogido.


- Porque alguien lo hizo por mi cuando Caleb murió.


Nunca supe cuánto tiempo estuve hablando con Maggie, pero las horas de visita se acabaron y ella se marchó. Resultó ser una chica más centrada de lo que parecía, hablaba con una seguridad que hacía que todo lo que dijera sonará a cierto. Increíble, aquella chica me había sorprendido. Me había suplicado que la perdonara por lo que pasó en la fiesta y que averiguaría quién me puso algo en la copa. También permitió que me quedara en su casa hasta que Patrick volviera a dirigirme la palabra para llevarme de vuelta y al día siguiente me recogería en su furgoneta verde. Un color extraño para una chica extraña, me digo. También recibí la advertencias de los médicos pero lo que no esperaba, al día siguiente por la mañana, era que una persona en especial apareciera por las puertas de la habitación 312.

Estaba de pie buscando el cargador de un móvil, que rara vez usaba, entre mis cosas. Iba en chándal con el pelo alborotado y ya casi recuperado de lo que pasó dos noches atrás. No me podía creer que aquello me hubiera afectado tanto cuando escucho que alguien abre de repente la puerta, dándome un susto de muerte y que hace que casi caiga el endeble mueble que se encuentra junto a la cama. Bien.

- ¡Joder! - digo para mí cuando me clavo una de las esquinas del mueble en la cadera. Me doy la vuelta esperándome a Maggie o a Katherine, incluso a Patrick, pero no a ella.

- ¡Cariño! - dice la mujer con los brazos en alto mientras doy un paso atrás. Tenía el cabello ondulado y castaño, carnosos labios pintados de rosa fucsia y excesivo maquillaje. Parecía una Drag Queen mal pintada. - ¡Ven con mamá! Que alto estás ¿Has crecido?

Christine Robinson, mujer de Dylan Robinson y madre de Patrick y Nathaniel Robinson. No recuerdo bien cuando fue la última vez que la vi, pero creo que fue tres o cuatro meses desde lo de Joy, antes de que empezara a ponerse peor y peor. Recuerdo que acabé suplicándole que se fuera, ya que hizo llorar a Joy y eso... Eso era lo último. Le hechó la culpa de que yo no mejorara, la acusaba de ser una niña que acabaría en un hoyo y que nadie la hecharía de menos y le echó la culpa de lavarme el cerebro para que yo no pasara tiempo con ella. Entre otras muchas cosas. No recuerdo haber estado tan furioso en mi vida. Una cosa era que hubiera sido una pésima madre y esposa y otra muy diferente meterse con Joy, la cual tenía una enfermedad que acabaría con ella. Recuerdo que Patrick me encerró en una habitación, suplicándome que me quedara dentro, que no saliera y que no le hiciera nada a su madre. Pero Patrick se había ido.

- ¿Qué haces tú aquí? - digo con el ceño fruncido y una mano cerca del botón de auxilio. Ella suelta su bolso sobre la cama y se intenta acercar - no, no te acerques, ni se te ocurra ¿Qué haces aquí?

- Venir a verte, claro. - dice con una sonrisa estropeada por años de tabaquismo descontrolado - Patrick me ha llamado, he ido a recoger tus cosas y te llevo a tu casa...

- No - digo riendo, irónico ante la situación - puedes subir las cosas e irte, no te preocupaste cuando me quedé en una puta silla de ruedas ni cuando Joy murió ¿Por qué ibas a hacerlo ahora? puedo apañármelas yo solo como hasta ahora. Así que vete.

- No me puedo ir - dice sacándo de su infinito bolso unos vaqueros y una camiseta algo arrugada y desgastada - ¿Qué clase de madre sería si me fuera el día de tu cumpleaños? - me mira sonriente mientras frunzo el ceño y aprieto los puños.

- La que eres Christine, hazme un favor y déjame tranquilo - ella borra de su rostro la sonrisa y, por un momento, veo un atisbo de frialdad en sus ojos antes de volver a la serenidad tan inusual en ella.

-  Ya me dijeron que últimamente no estabas de buen humor.... - suspira y se pasa el cabello a un lado - he cambiado Nathaniel, y esperaba que este fuera un feliz cumpleaños.

-  Joy murió hace dos semanas. No va a ser un feliz cumpleaños.

Había pasado muchos cumpleaños con Joy a mi lado, dándome tirones de oreja, despertándome por las mañanas, cantando y saltando sobre mi cama, preparando dulces y reuniendo a todos nosotros para una fiesta no demasiado deprimente... Siempre fue la primera en felicitarme cada cumpleaños, nunca se olvidó y siempre trataba de quitarse importancia ella para que fuera mi día. Suspiro mientras la imagen de su sonrisa se mantenía firme en mi cabeza, una imagen que, con cada día que pasaba, iba perdiendo nitidez. Todavía la escuchaba cantar en mi cabeza una y otra vez, la escuchaba reír e insistir cuando me quejaba. Conocí a Joy con veinte años y, hoy, con veintiséis, uno de los dos ha caído, ha perdido el juego contra el cáncer, como tantas otras personas... Y tiene que pasarte para pensar en ellos, tienes que padecerlo en tu persona o en alguien a quien quieres para darte cuenta de que es la maldita realidad.

lunes, 12 de enero de 2015

#Capítulo 7





- No , no y no. – digo sacudiendo la cabeza, tumbado en el sofá con la pequeña Chloe encima.

Patrick estaba sentado en una silla a pocos metros. Ya se le había pasado el gran enfado del mediodía y su pulso había vuelto a la normalidad a cambio de que me quedara en casa cuando él se fuera a trabajar.

- ¿Y por qué no? – Patrick parece desesperado y cansado, al llegar acababa de llamar a la policía para que salieran en mi busca porque hacía media hora que debía haber aparecido.

- No voy a ir a la casa de tus suegros a una fiesta de estirados, y menos si eso supone ponerse traje y corbata, Patrick.

- Vamos, necesitas salir, despejarte, no te vas a quedar aquí lamentándote. – miro a Chloe que, con dos años y medio, ya parece saber lo irritante que puede llegar a ser su padre.

- Primero, es más deprimente todavía ir a una fiesta de esas que quedarse en casa, segundo, si voy allí la gente si no me conocen a mí te conocerán a ti, no quiero contar más veces la misma historia, por otra parte no sé tú, pero yo estoy harto de dar pena. Y tercero, es más probable que me de un ataque de pánico allí que aquí viendo la televisión. – mi hermano se me queda mirando y se levanta de la silla para coger a Chloe de mi estómago. – Patrick, porque yo no vaya no significa que te tengas que quedar aquí cuidando de mí como si fuera un niño pequeño. Ve y pásalo bien, no me va a pasar nada, lo prometo. – y con eso también iba incluido hacerse daño a uno mismo.

- No sé Nathaniel, ya veremos de aquí a mañana.

Y se va escaleras arriba. Normalmente, si él tenía que irse por alguna razón alguien del hospital o voluntarios de asociaciones venía y se quedaba a mi cargo. Pero aquella vez fue diferente, hubo un fallo con el correo que enviaron desde el hospital de mi ciudad a este y éstos no tenían conciencia de mis necesidades así que, como no tenía quien me llevara, aquella tarde no iría a fisioterapia. Patrick le había pedido a muchísimas personas que se quedaran conmigo pero, o no podían o me buscaba alguna excusa para que no lo hicieran. Me giro y me pongo de lado en el sofá con los ojos entrecerrados cuando, pegando saltitos por las escaleras, baja Alice. Tiene el cabello castaño recogido en una perfecta cola y va vestida con un precioso vestido azul. De las dos niñas era la que más se parecía a Patrick y, por consecuencia, la que más se parecía a mamá.

- Hola tío Nathan - dice con una muñeca entre las manos. Era una niña muy nerviosa y, mientras hablaba, bailaba y saltaba por el salón con la muñeca.

- Hola preciosa - ella me sonríe abiertamente.

- ¿Sabes? Mamá me ha apuntado a clases de baile - dice con los ojos muy abiertos, moviéndose por toda la habitación con los brazos en alto.

- ¿Si? ¿De que tipo? - le pregunto com una sonrisa ante toda la energía que proyectaba. En eso también se parecía a mamá. La chica se detiene y se queda pensando antes de salir corriendo escaleras arriba.

- Mamá, mamá ¿Qué tipo de baile me van a enseñar? - cuando recibe una respuesta vuelve a bajar corriendo - ballet, voy a aprender ballet. 

- ¿Eso no es muy difícil para una niña de tu edad? - digo bromeando, aquella niña no paraba un segundo, le vendría bien algo en lo que gastar sus energías.

- Pero yo ya no soy una niña, tío Nathan - enarco una ceja al oír la respuesta de la niña.

- ¿Ah, no?

- No, mamá dice que soy una señorita. - suelto una carcajada ante la respuesta de la pequeña señorita.

- Es verdad, perdón, tu madre tiene toda la razón, estas hecha una señorita

Una hora después Patrick salía con su mujer y sus hijas dejándome solo en casa. O eso creí yo. Apenas veinte minutos después de que se fuera, mientras dormía en el sofá junto al perro siento que abren la puerta. Me despierto con los ladridos del animal y me desperezo ¿quién coño era? Me levanto y cojo un jarrón de la mesa para colocarme detrás de la puerta del salón.

- ¿Nate? - suena la voz de una chica de voz temblorosa pero dulce. Automáticamente me relajo y abro la puerta del salón.

- ¡Joder Kate, me habías asustado!

Digo saliendo al pasillo a recibirla, lleva un jersey blanco, unos vaqueros que resaltan su piel de seda y su cabello naranja. Tiene los ojos cubiertos por unas gafas de sol y un gorro de lana. 

- ¿Te ha enviado Patrick? - le pregunto, antes de darme cuenta de que está temblando de los pies a la cabeza. Frunzo el ceño y la abrazo. En cuanto lo hago se desmorona y empieza a llorar - ¿Va todo bien? - le susurro y ella niega con la cabeza.- ¿Qué ocurre cielo? - se separa un segundo y, con las manos temblando, se quita las gafas, dejando al descubierto un surco morado en un ojo hinchado.

- Michael - me tenso de los pies a la cabeza y trago saliva mientras ella llora y se lanza a mis brazos como una niña pequeña desconsolada.

- ¿Donde está Olivia? - digo tratando de centrarme y no volver a por el jarrón ¿Os había dicho alguna vez que Michael no me caía bien?

- con mis padres - dice entre sollozos. Se separa un instante y se limpia los ojos de lágrimas - siento haber venido aquí, yo... Yo no sabía...

- Shh... No te preocupes ¿Sabes dónde está Michael? ¿Es la primera vez que lo hace?

Entonces se levanta las mangas del jersey que dejan ver moretones nuevos y algunos que ya amarillean, dejando entrever manchas en una inmaculada piel que las hacían más siniestras.

- No, entró en la habitación y me fui corriendo con la niña. Ya se habrá dado cuenta de que no estamos y habrá ido a buscarnos... Él antes no se comportaba así, lo prometo, empezó a beber y cada vez de manera más frecuente hará hace un año. No quería decir nada por Joy, pero nunca había llegado al extremo de hoy... Y tengo miedo.

- Katherine, - digo tocándole un brazo, intentando consolarla - tengo que llamar a la policía ¿Lo entiendes verdad? Por ti y por Olivia no puedo dejar que esto vaya a más... No depués de perder a Joy.

Había que ser un cabrón como para pegarle a alguien más débil que tú, había que ser muy cabrón para pegarle a tu mujer, pero hay que ser un verdadero hijo de puta para pegarle a tu mujer cuando su hermana acaba de morir. No iba a permitir que le hicieran daño, no después de todo lo que ella había sufrido. Katherine había sido como mi hermana y siempre, desde que la conocí, le he tenido un aprecio especial.

- Pero Nate ¿Y si depués vuelve a por nosotras? No me perdonaría nunca que tocara a Olivia no...

- No permitiré que eso pase Katherine... - me paso una mano por la nuca y suspiro - ese capullo se va a enterar. - digo dirigiéndome al salón a por el teléfono - ¿Quieres algo de beber?¿Té, café...? - ella responde afirmativamente y me dirijo a la cocina con el teléfono en la mano.

Marco el número de la policía y, en menos de cinco minutos, dos agentes llamaron a la puerta. Katherine estaba en el salón, con una manta por los hombros y una taza humeante de té. La ayudaría a calmarse. No había parado de llorar desde que había llegado y apenas había dejado de temblar cuando llegaron los agentes.

- Buenas tardes. - saludan los policías cuando entran en la habitación.

Uno era de mediana edad, pálido, con una nariz demasiado grande para su cara y, el otro, era más joven, con rasgos latinos y labios carnosos.

- Nos han dicho que ha habido una agresión a una chica - dice el de la nariz prominente - soy el agente Lostway. - mientras dice eso me lanza una mirada asesina y frunzo el ceño.

- Oh no, no, no me mire así, el agresor es su marido, la está buscando por toda la ciudad.

-¿Y quién es usted si puede saberse? - dice el segundo policía. Al parecer ninguno de los dos tenía un buen día.

- Es el novio de mi hermana agentes, falleció hace poco y es el único del que me fiaba - dice Katherine secándose las lágrimas. - No es peligroso. - concluye, los policías al escuchar eso parecen relajarse y tomarse un pequeño respiro.

Katherine les cuenta la historia detalladamente, la primera vez que le pegó, la última, cómo empezó a comportarse así, les habló de su hija, la cual había contemplado alguna pelea. A ella nunca le puso una mano encima, aclara desde el primer momento. Los policías le pidieron la descripción de Mike y le dijeron que mandarían un coche patrulla a su casa y por la ciudad en busca del agresor, después la acompañarían un par de agentes a recoger sus cosas. Mientras, se quedaría conmigo en casa de Patrick, al cual llamé y en media hora estuvo en la puerta hablando con los policías.

- ¿Quieres que vaya a por Olivia? - pregunta Patrick. Hubiera ido yo pero con la medicación tan fuerte no podía conducir.

- Gracias, pero no quiero ser una molestia - mi hermano sonríe y saca las llaves del coche del bolsillo trasero.

- No es molestia, las niñas estarán encantadas de que se quede a dormir y, además, tú y tu familia habéis hecho mucho por nosotros, os lo debemos - dice con una paternal sonrisa a pesar de ella ser dos años mayor que mi hermano.

Al día siguiente nos llamaron diciendo que habían encontrado a Michael borracho, iba gritando por la calle, enfurecido buscando a Kate. Le habían hecho una analítica por presunta consumición de sustancias estupefacientes o, en otras palabras, drogado hasta la médula. Hasta el juicio estaría vigilado para que no se acercara a Katherine la cual no había podido pegar ojo y se había llevado toda la noche llorando en mi hombro. Pobre Katherine. Si yo estaba destrozado no quería ni imaginarme como estaría ella. Por la mañana desayunó y se fue con Olivia a la casa de sus padres que, tras enterarse, habían insistido en que se quedara con ellos. 
- Es pensarlo y me dan escalofríos - dice Michelle mientras peina a la pequeña Chloe, trenzándole el pelo.

- No pienses en ello cariño - dice Patrick dándole un beso en la mejilla. Al verlo se me forma un nudo en la garganta - Nate te he dejado una corbata en el baño. - me dice.
Estaba en la cocina, tomándome algo para el dolor de cabeza, vestido con unos vaqueros, una camisa y una americana azul marino, no pensaba ponerme el traje de estirado y mucho menos una corbata. Salgo de la cocina y me los encuentro, Patrick con un traje perfectamente planchado, Michelle con un vestido largo y dorado que la hacía más hermosa aún y las dos niñas, vestidas iguales con vestidos Rosas y perfectamente peinadas.

- ¿No te vas a poner el traje completo verdad? - me pregunta mi hermano.

- No. - le contesto. Al final Patrick tenía miedo de que apareciera por allí Michael y acabé por tener que ir para que se callara y me dejara tranquilo. Podía ser realmente molesto cuando quería.
Me fui directo al coche dándole vueltas a qué hubiera pensado Joy de haber visto a su hermana así. Seguramente se hubiera montado en el coche y se hubiera recorrido la ciudad con el arma de su padre, sin exageraciones, lo esperaba de ella. Pero no está, me tengo que recordar, y no va a volver. Era doloroso decirlo, no parecía real, no parecía que hubiera muerto y esperaba que, en cualquier momento, apareciera por la puerta y me suplicara que le preparara un baño para dos, con espuma, burbujas, música y velas. Espanto la imagen de la cabeza y me meto dentro del coche, seguido de todos los demás.

Al parecer, a medida que nos acercábamos, pude ver que la fiesta estaba situada en un chalet cerca de la playa, con vistas al mar. Tenía un precioso jardín que, al abrir la vaya, daba directamente a la arena de la playa. Era precioso. Como supuse todos empezaron a preguntar sobre asuntos que me esforzaba por olvidar, qué pasó, cómo murió, si nos queríamos, cómo nos conocimos y los más graciosos, cómo  se me había pasado por la cabeza enamorarme de una chica con un cáncer terminal. La gente era así de estúpida. Al final, acabé con la cabeza embotada y con los ánimos por los suelos, como  ya suponía que iba a pasar, así que, en cuanto mi hermano se despistó y se hubo tomado dos copas, me fui de allí y empecé a caminar por la orilla de la playa, alejándome del ruido y de la gente, con ganas de gritar y de morir de una manera rápida e indolora. Sentía como si el corazón se me fuera rasgando poco a poco, cada vez a más profundidad sin que nunca llegara a sanar. Cada vez la tortura era mayor, cada vez pensaba más en ella y aparecía más veces en mis sueños, sentía el peso del mundo sobre mis hombros y como éste hacía fuerza para hundirme. 

Todo parecía tan surrealista que no entendía como había personas a las que ni siquiera se les notaba que pasaban por algo así. La luna iluminaba el mar con sombras plateadas y el frío me llevaba a un pasado no muy lejano donde, en un sitio no mucho más diferente aquel, trajimos a Joy a ver por última vez la playa. Entonces estaba ya muy enferma, pero el brillo de sus ojos no mostraban otra cosa que no fuera felicidad.

No sé cuanto tiempo llevo andando cuando empiezo a escuchar de nuevo la música, pero no era la misma de antes no... Creo reconocer la canción, un tema de Imagine Dragons llamado Warriors suena a todo volumen. En la playa hay hogueras encendidas y coches con música a todo volumen. Hay bastante gente, unas veinte o treinta personas bailando y bebiendo.

- ¡¿Nate?! - escucho una voz que me llama. Me giro, acabo de pasar por toda la gente y tenía pensado dar la vuelta para volver al chalet cuando una chica se hacerca corriendo con los ojos brillantes - ¡Nate! Has venido - me quedo mirando a la chica y entonces me acuerdo, es la chica de la tienda de música, Maggie. Ni siquiera me acordaba de la fiesta con todo lo que había pasado.

- Sí... Ehh... Hola yo, yo ya me iba - digo pasándome la mano por la nuca.

- ¿Qué? - dice sonriendo - vamos si acabas de llegar ¿Una cerveza?

- Yo no... - digo tratando de evitar la conversación - tengo que irme.

- Vamos, solo una, quizás dos... - suspiro y pienso, podía quedarme allí, con gente que no me conocía de nada, o podía volver a la fiesta de estirados donde sí. - vas muy elegante, nunca lo hubiera dicho cuando te vi en la tienda... - su luto un bufido mientras empezamos a andar hacia el maletero de un coche.

- Sí tú supieras... - miro a mi alrededor y todos van o en sudadera o similares, era cierto que iba demasiado arreglado en lo que en la otra fiesta era demasiado informal.

Resultó ser bastante acogedor, había buena música, hacía calor por la fogata y la gente solo iba a pasárselo bien, de vez en cuando se hacercaba alguna chica, pero era Maggie la que se encargaba de invitarlas a irse. No tenía interés en hablar con mucha gente aquella noche, simplemente quería que pasaran las horas. Y pasaban, pero cada vez me encontraba peor...

- Eh, ¿Estás bien? - me pregunta Maggie, pero no se que responderle, me tiemblan un poco las manos y mi respiración empieza a ser irregular.

- Sí, sí, estoy en perfectas condiciones - digo sonriendo - será algo que he comido que no me ha sentado bien. - digo dándole  un sorbo a algo que no sabía ni lo que era.

Entonces solo sé que empezó a faltarme el aire, tenía muchísimas ganas de vomitar, no sé como pasó y de repente solo podía escuchar las voces a mi alrededor de gente desconocida pidiendo ayuda para llamar a una ambulancia sorprendidos, escucho a alguien llamarme mientras sufro convulsiones en la arena de la playa sin ser totalmente consciente de lo que estaba ocurriendo.

Cuando consigo abrir los ojos lo veo todo borroso y, a medida que parpadeo, empiezo a ver las cosas más claras. Había una conocida luz blanca en el techo que hacían que me doliera la cabeza.   Me siento sobre la cama del hospital y, en el antebrazo, tengo una vía. A un lado de la habitación hay un cristal por el que puedo ver médicos pasar de un lado para otro. Mierda. No sabía que había hecho la noche anterior y menos que me llevaría a estar de nuevo allí.

- Hola - escucho una voz al otro lado de la habitación. Patrick tiene la voz ronca y grandes ojeras bajo los ojos, como si hubiera estado toda la noche sin dormir.

- ¿Qué ha pasado? - preguntó pasándome una mano por el cabello.

- Me pasé horas buscándote por la playa, horas... Y encontré a una chica, llorando y pidiendo ayuda a un par de kilómetros. Tú... - me quedo petrificado escuchándole, parece a punto de hecharse a llorar, y no le culpaba. - estabas allí, tendido, inconsciente... La chica decía que estábais en una fiesta, que todos se asustaron y salieron corriendo al verte así. Ella se había dejado el teléfono en uno de los coches y no podía pedir ayuda... Tampoco sabía lo de tu medicación. Los doctores dicen que no te has muerto  de milagro, - dice riendo irónicamente - habías bebido bastante alcohol, lo tenías prohibido pero lo bebiste y, al parecer, uno de los chicos te debió hechar algo en la bebida que, antes de que te llegara a hacer efecto... - me paso una mano por el rostro y me vuelvo a tumbar...

- Joder... Lo siento Patrick yo... No tengo excusa.

- No, no la tienes Nathan, a partir de ahora se encargará de ti un voluntario, yo ya no puedo más... -se levanta de la silla, dispuesto a salir, dejándome con la boca abierta.

- ¿Qué? Patrick ¿de qué estás hablando? No te vayas Patrick - le suplico cuando se dispone a abrir la puerta. Era demasiado tarde para suplicar.

miércoles, 7 de enero de 2015

#Capítulo 6


- Había una vez tres príncipes, uno de ellos era el más fuerte de todos los reinos, el príncipe Gris, que habitaba en el Reino del Sur, otro, el príncipe Verde, el príncipe más bondadoso que alguien se pudiera imaginar situado en el Reino del Este y, el último, en el reino del norte, el príncipe Azul. Éste último presumía de ser el más fuerte y el más bondadoso, incluso iba diciendo que, con los ojos vendados, podría conseguir derrotar a los otros dos príncipes y, además, conquistar a la más bella princesa de los reinos.

>> Un día, el príncipe Azul, estaba presumiendo en la plaza del reino, de su fuerza y justicia, de la bondad y la humildad que le caracterizaban mientras bebía vino y comía deliciosos manjares. Por allí pasaba, en ese momento, la hija de un burgués y el presumido príncipe creyó ver un ángel. Se enamoró de pronto con solo mirarla, y juró que aquella joven debía ser suya. El príncipe la encontró, la siguió e intentó hablar con ella, pero cada vez que empezaba a alardear sobre sus logros, la joven, se marchaba dejándole con la palabra en la boca. Azul, que nunca había tenido problemas para conquistar a una dama, lo intentaba y lo intentaba, pero ella siempre acababa huyendo. <<Dadme una explicación – le decía – soy el más apuesto del reino,  el más fuerte, el más bondadoso, soy un príncipe azul en un palacio ¿Qué más queréis?>> la burguesa le miró en silencio y vio la desesperación en los ojos del príncipe <<Yo no quiero que alardeéis de vuestras hazañas, que me llenéis de joyas ni que os sintáis superior ante los demás príncipes, porque la esencia siempre gana a la apariencia, yo solo quiero que, el hombre al que ame, sea capaz de morir por mí>>

- ¿Y qué pasó con el príncipe, tío Nathan? – me quedo mirando a la niña arropada en la cama, llena de pecas y labios sonrosados con una leve sonrisa.

- Resultó ser, Olivia, que el príncipe azul, tenía la cualidad de la promesa. Todo lo que prometía se cumplía. Y prometió morir por la princesa. Días después encontraron al príncipe en palacio, con una nota a su lado que decía <<Morí de amor, pero con el corazón vivo, ya que late dentro de mi joven burguesa>> Y así, el príncipe azul, le entregó su corazón.

- ¿Y por eso todas las niñas quieren un príncipe azul? ¿Para que mueran por ellas? – la niña mostraba curiosidad sobre el cuento que le acababa de contar su tío, su habitación entera andaba decorada con princesas y hadas y era una verdadera amante de los cuentos antes de dormir.

- No lo sé, Olivia, eso pregúntaselo al resto de niñas de tu clase. – la arropo y me levanto para salir del cuarto de mi sobrina política. Era una muy buena niña, dulce y encantadora como su madre, y sabía que sufría tanto como los demás, pero nunca cambiaba aquella sonrisa de ángel.

- ¿Hubieras muerto tú por la tía Joy? ¿Cómo el príncipe del cuento? – se me corta la respiración ante la pregunta un instante, antes de contestar.

- Hubiera muerto mil y una veces antes de que tu tía muriese, Olivia. Ahora, a dormir, es tarde… - apago la luz de la habitación y antes de salir me quedo en la puerta tragándome el nudo que se me había formado en la garganta– Buenas noches cielo, feliz año.

- Buenas noches tío Nathan…

Debajo de las escaleras me esperaba Katherine, la cual parecía agotada. Patrick se había marchado a celebrar el año con su esposa mientras que yo, había decidido quedarme con Kate y sus padres aquella noche. Michael, su marido, se había ido antes de que yo llegara. Al parecer daría la bienvenida al nuevo año con sus padres, como habían prometido semanas atrás, antes de que Joy muriera, algo que ninguno tenía previsto. Así que allí estaba yo, con la familia de mi novia, celebrando una asquerosa despedida del año hasta que Katherine me llevara a casa.

- ¿Se ha dormido? – me pregunta la hermana de Joy, abrazándose a sí misma.

- Lo hará en breve – digo mientras bajo los últimos escalones y la abrazo con ternura – Por lo menos Joy ya no está sufriendo Kate. – ella asiente y se separa. Es un momento muy complicado para todos.

Cruzamos unas puertas dobles, dan al salón desde el pasillo principal, y ahí están el señor y la señora Milton, de unos sesenta años de edad, sujetos de las manos. Eran buenas personas, ambos, siempre me trataron como a un hijo y nunca me dieron la espalda. No podía imaginar cómo sería perder a una hija por una enfermedad tan horrible.

- ¿Qué tal tu hermano, Nathaniel? – me pregunta el señor Robert Milton. Les miro y sonrío, intentando no darles más pena de la que ya daba por mí mismo.

- Bien, bien. Está con sus hijas y su esposa. Se merece un descanso, estar conmigo veinticuatro horas no puede ser sano para nadie – lo intento decir bromeando, pero nadie se creía que lo dijera de otra forma que no fuera en serio. Y lo cierto era, que de verdad lo pensaba.

- Katherine nos ha dicho que tu nuevo pulmón funciona perfectamente. – dice Stephanie Milton. Una mujer encantadora.

- Oh – digo llevándome la mano al pecho, a la cicatriz. – Sí, bueno, después del alta médica aún tengo que ir a revisiones, por si acaso algo va mal. Pero la doctora dice que si ya no ha habido rechazo, no cree que lo vaya a haber. Solo voy por precaución y por los daños en la médula que, bueno…

- No te dejaban andar – termina por mí  el señor Milton. Hago una mueca en forma de sonrisa, dando a entender que llevaba razón. El señor Milton rara vez no la llevaba. – nos alegramos mucho por ti Nathaniel, que volvieras a caminar y llevar una vida medianamente normal. Y sentimos… - se calla un instante, incapaz de pronunciar palabra alguna – sentimos…

- Sentimos la manera en la que te haya podido afectar la muerte de nuestra pequeña – termina la señora Milton, tan fuerte y luchadora como sus hijas– hemos estado hablando con Patrick y sabemos tu situación… Y no sabes cuánto lo sentimos, siendo tan joven... - coge aire y respira profundamente - Que tengas que volver... - le brillan los ojos, no sé muy bien el motivo exacto pero se me parte el alma en dos - Que no vivas una vida normal – al pronunciar aquello a Stephanie se le saltan las lágrimas y se emociona. Quiero levantarme y ponerme a su lado para abrazarla. Pero no puedo

- Stephanie, no llore, no sé lo que mi hermano os ha contado, pero mi situación hubiera sido mil veces peor de no haber conocido a Joy. Lo saben desde que me preguntaron por las cicatrices de mis muñecas. Vuestra hija no me ha destrozado la vida. Seguramente si no la hubiera conocido seguiría en aquella silla de ruedas y en algún manicomio de la zona… - ella se acerca de repente, limpiándose las mejillas y me sujeta la cara con los ojos llenos de lágrimas.

- Eres un buen chico, y ya que es año nuevo, mi deseo es que vuelvas a vivir el amor como lo hiciste con Joy y... Y que te recuperes pronto hijo, del todo.

- Mamá, Papá – dice Katherine secándose las lágrimas de las mejillas, con la nariz roja, así como los ojos – tengo que llevar a Nathaniel a la casa de su hermano. Se quedará allí un tiempo.

- Espera un momento – la mujer empieza a buscar en un gran bolso que había sobre la mesa, y saca un paquete pequeño, envuelto en papel azul. – esto es para ti.

Me lo da y me quedo con el paquete entre las manos un segundo, antes de entender que esperaban que lo abriera en aquel momento. Despacio, rasgo el papel con los dedos. Lo dejo caer al suelo y contemplo un segundo lo que tengo entre las manos. Es una caja pequeña de piel negra. La abro y veo un colgante en forma de círculo. Es plateado con una inscripción grabada <<Para siempre>> pone en la parte superior. Me tiemblan las manos. Saco el colgante de la caja y lo abro. Dentro tenía un portafotos. Me caigo en el sofá al fallarme las piernas y, en silencio, las lágrimas empiezan a correr por mi rostro. Dentro tenía la primera foto que nos hicimos Joy y yo. Todavía éramos amigos y ambos estábamos ingresados. Me quedo mirando la foto, borrosa por las lágrimas. Aquel colgante había sido suyo. Lo llevaba puesto el día de su muerte. Lo recordaba bien.

- Nathan, entra, quiere verte. – Estaba en la cafetería, mirando a la nada, cuando Stephanie entró.

Me levanto de un salto hacia la habitación. Aquella noche había sido horrible para todos. La habían trasladado de urgencia al hospital, pero todos sabíamos que había llegado la hora de despedirse. Y no quería. No se me borra la imagen de la cabeza, el momento en el que entré y la vi llena de tubos y cables por todas partes, con el rostro pálido y los labios morados y agrietados, con ojeras y mucho más pálida que de costumbre.

- Nate… - dice, parece que le cuesta respirar, y, al tocar su mano helada, me estremezco.

- Estoy aquí princesa. – Le beso la frente, por miedo a hacerle daño, por si siente algún dolor. Entonces me fijé en el colgante de su cuello, lo reconocí al instante. Fue uno de los regalos de Navidad.

- Estoy cansada… - en pocos momentos me quedaba sin palabras pero ¿Qué se le decía a una enferma de cáncer a punto de morir?

- Todavía es pronto para irse a dormir cielo – y lo decía en todos y cada uno de los sentidos posibles. Era demasiado pronto para que Joy muriera, era demasiado pronto para que nos dejara.

- Sí… ¿Trajiste tú las rosas? – Sonrío de medio lado y me siento a un lado de la cama, sin dejar de agarrarle la mano – son preciosas… - Me quedo en silencio, temiendo que, si hablaba, las lágrimas iban a saltar y aquello no le iba a venir bien a mi querida Joy – Nathaniel, sé que no voy a vivir mucho más… pero por dios, no olvides que te quiero, que siento tener que irme y…

- Basta – digo con una mano en los ojos, donde densas lágrimas resbalaban sin control por mi rostro – no tienes que sentir nada. Te quiero, solo puedo decirte que tener aquel accidente ha sido lo mejor que me ha podido pasar nunca, pero no quiero despedidas ¿Vale? – La miro, con los ojos rojos y lo más parecido a una sonrisa que pude imitar.

- No es una despedida – repuso con el ceño fruncido – no vas a vivir eternamente, guapo – entonces sonríe abiertamente y entrecierra los ojos – Nathan, quiero casarme contigo.

Esas fueron sus últimas palabras antes de que su pulso empezara a descender y que la habitación se llenara de médicos, los cuales me echaron al instante mientras me daba uno de mis ya conocidos ataques de pánico. No volví a ver a Joy con vida. Pero no me arrepentí de mis últimas palabras.

Siento las miradas de los padres de Joy y de Katherine puestas en mí, pero no vienen a consolarme, saben que era algo que cabía de esperar. Me limpio las lágrimas de los ojos y miro a sus padres, se están dando la mano y me miran llenos de lástima.

- Gracias. – es lo único que consigo decir antes de levantarme con el colgante en la mano y salir fuera.

Normalmente, al llegar a la casa de Patrick, hubiera saludado a Michelle y a las niñas, que acostumbraban a acostarse tarde viendo películas de navidad. Pero aquella noche no tuve fuerzas para más. Entré en la casa y, tras la atenta mirada de mi hermano y su esposa, subí a la habitación de invitados y me metí en la cama. Ni si quiera me quité los zapatos ni me preocupé por encender la luz al entrar. Aquella noche, lloré hasta quedar dormido, contemplando la foto de Joy. Patrick no me molestó, pero le escuché hablar con su esposa en mi puerta <<Deja que pase por esto solo Patrick, ahora solo necesita tiempo>> le decía ella. <<Nathan, quiero casarme contigo>> sonaba en mi cabeza, esas habían sido las últimas palabras que había escuchado de sus labios. Demasiado tarde como para cumplir su deseo, demasiado tarde para cumplir el mío.

- Buenos días Nate – me saluda mi hermano cuando aparezco por la cocina a la hora del almuerzo. En la mesa había un zumo y mis pastillas a un lado. Me dolía la cabeza.

- ¿Y Michelle? – digo tragándome las pastillas, a lo mejor me ayudaban en algo.

- Está en el parque con las niñas y el perro, volverán en seguida. – me mira y posa su vista en lo que colgaba de mi cuello. Pero no dice absolutamente nada, solo sigue dándole vueltas a algo que no tenía ni idea de lo que era. - ¿Qué tal Katherine y sus padres?

- Oh, estupendamente, ya sabes de luto y esas cosas pero bien – mis palabras habían sonado más irónicas y despreciables de lo que sonaban en mi cabeza aunque, pensándolo mejor, puede que así pensara las cosas antes de preguntarlas.

- ¿No fue bien la noche? – sigue preguntando, intentando averiguar cualquier cosa que llevara a mi comportamiento de la pasada noche, haciendo caso omiso de las advertencias y consejos de Michelle.

- No, Patrick, fue triste – suspiro y salgo de allí para dirigirme a la entrada. Mi hermano era un tipo listo, pero a veces, solo a veces, parecía como si se hubiera chocado contra un muro de cemento. – voy a dar una vuelta.

- Espera, come y ahora voy contigo, no puedo acompañarte ahora  - me grita desde los fogones.

- Quiero ir solo, si no he vuelto en media hora llamas a la policía si te apetece. Solo voy a dar un paseo por el barrio.

Antes de que pudiera decirme que no y que empezara a gritar con las manos en la cabeza por toda la casa salgo y cierro la puerta a mis espaldas. Llevaba puesta la ropa del día anterior y ni siquiera me había mirado al espejo. Caminaba con una mano en el bolsillo de la sudadera y la otra, inconscientemente, sujetando la cadena que me colgaba del cuello. No hacía un mal día, el sol brillaba a pesar del frío y no había nubes en el cielo, había gente corriendo, haciendo deporte, niños con la bicicleta y jugando en los jardines de las casas con sus nuevos juguetes. No muy lejos de allí veo una pequeña tienda que llama mi atención y, para pasar el rato, entro.

Era una tienda de música antigua, vendía CD's de cantantes desde los 60 hasta los 90, además de vender guitarras, teclados, baterías, etc.  La tienda la alumbraba una tenue luz y estaba decorada con colores oscuros y apagados que le daban un toque acogedor, formando, con la música de fondo, un ambiente mágico. En aquellos momentos sonaba ``Still Loving You´´ del grupo Scorpions. Adoraba aquella canción, no sabía bien por qué, pero hacía que te transportaras lejos de donde quiera que estuvieras. Me quedo mirando un teclado, pero rápidamente me dirijo a la zona de los discos, obviando la tentación de acariciar las teclas.

 Solo había un par de personas en la tienda, lo que te permitía abstraerte del mundo mientras echabas un vistazo aquí y allá.

- ¿Puedo ayudarte en algo? – miro a mis espaldas para conocer la procedencia de aquella voz. Era una chica delgada, con los ojos muy pintados de negro, con el cabello castaño y una sola mecha roja. Frunzo el ceño. Debía ser la encargada.

- No, gracias – me giro y sigo a lo mío, pero la chica no se va.

- ¿Te gusta Aerosmith? – dice echando un ojo al disco que estaba viendo. La miro, pero no le contesto, simplemente quería que se fuera. – espera un segundo.

La chica se va detrás del mostrador y teclea algo en el ordenador, empieza a sonar la música, inundando el establecimiento con una melodía deliciosa. Entonces el cantante hace sonar las primeras notas desde su garganta ‘’Podría permanecer despierto solo por escucharte respirar’’ Conocía aquella canción, I Don’t Wanna Miss a Thing. Solía escucharla mucho con Joy, a ambos nos gustaba el grupo y, aquella canción, era la favorita de ella. Tenía una letra conmovedora ‘’No quiero cerrar los ojos, no quiero quedarme dormido, porque te extraño y no quiero perderme nada…’’ decía la letra… La chica tenía puntería.

- ¿Qué te parece? – dice volviéndose a acercar.

- ¿Me estás preguntando qué me parece una de las mejores canciones de la historia? – digo ojeando otros discos, alguno de los Beatles y otros de Kenny G o Lionel Richie.

- Alguien que entiende – dice con una sonrisa, apoyándose sobre el mostrador – eh ¿Qué te ha pasado en la pierna? – dice sin ningún pudor, al verme cojear. No se notaba mucho, pero si tenías un ojo medianamente en condiciones podías ver que muy bien no andaba.

- ¿No sé ni tu nombre y ya quieres saber qué me ha pasado en la pierna? – no había tratado en aquellos años con mucha gente de fuera y ahora que Joy no estaba… quizás sería bueno… suspiro y aparto la imagen de la cabeza.

- Maggie, me llamo Maggie, trabajo aquí desde que cumplí los dieciocho. Mi padre es el dueño de esto y vivo en la planta de arriba. Te toca – dice sonriendo. Sale del mostrador y empieza a ordenar algunos discos que había desperdigados por aquí y por allá mientras sigue hablando.

- Tuve un accidente y la pierna de la que cojeo está llena de clavos, acabo de mudarme con mi hermano no muy lejos de aquí – y de repente me pregunto qué coño estaba haciendo hablando con una chica que ni conocía. Y solo por ponerme aquella estúpida canción.

- Guay – dice sonriendo, mascando chicle y ordenando. – oye y si viajas en avión, ¿Te pita el detector de metales? – enarco una ceja y la miro, aguantando una sonrisa.

- No lo he probado desde el accidente, pero creo que no – la chica parecía decepcionada ante mi respuesta. Miro el reloj y ya habían pasado casi tres cuartos de hora desde que me fui. Patrick ya se creería que me ha dado un ataque o que me ha fallado el pulmón. A saber. – Me tengo que ir. Ya volveré a por el CD.  – digo soltando el disco de Aerosmith que había dejado a un lado.

- Oye, mañana habrá una fiesta en la playa. – dice colocándose un mechón de pelo tras la oreja – ven si quieres ehh… si... Mmm...¿Cómo te llamas?

- Nate. – Cruzo la tienda despacio y le sonrío – encantado Maggie, y gracias por la invitación – no pensaba ir ni loco.