jueves, 15 de enero de 2015

#Capítulo 8

Hay tres cosas que poseemos los humanos para ser como somos: el odio, la razón y el amor, dirigidos por el instinto, el cerebro y el corazón. En aquel momento yo sentía las tres cosas, oprimiendome el pecho, sin dejar que tome aire, en una asfixia continua que nunca se acaba, como el sufrimiento del inmortal Prometeo a quien, cada noche, un águila iba en su busca para devorar sus entrañas. En aquel momento, el castigo del mito de Prometeo me parecía demasiado suave para el dolor que yo sentía. Me odiaba a mi mismo y en mi cabeza la razón   me decía que no merecía la pena seguir así. El amor hacia los que me quedaban hacían que el odio y la razón se fueran por el retrete, pero había veces que no podía evitarlo, dejar que los malos sentimientos me dominasen. Viviría por los dos, me prometí una vez, así que no podía morir y debía seguir a pesar de no tener fuerzas, a pesar de creer que no me quedaba nada, a pesar de no tener nada. Si ella luchó por su vida hasta el final, yo debía hacer lo mismo. Aunque había veces que me lo cuestionaba, como en aquel momento. Patrick se había ido, había intentado llamarle, llamar a Michelle, a su casa, pero no rebí respuesta de nadie. Me hubiera gustado disculparme, haberle dicho otra cosa, así alomejor se hubiera quedado... Pero ya no hablaba, había perdido mi oportunidad, para variar ¿Cuando iba a empezar a hacer las cosas bien?


- ¿Se puede? - una chica abre la puerta y reconozco inmediatamente la mecha roja de su cabello. 


Estoy sentado en la camilla del hospital, con un gotero con tranquilizantes y a saber qué más. Me habían dicho que podría irme al día siguiente, pero habían informado a mi médico de lo ocurrido y pidió que me llevaran de vuelta lo antes posible. No sabía como pues Patrick no me iba a llevar y no podía conducir, además de tener gran parte de mis pertenencias y a mi perro en la casa de mi hermano. No había aguantado ni cuatro días y ya me estaban hechando. Genial. Ya veis que se me da genial hacer amigos.


- Hola Maggie - la saludo con un amago poco creíble de sonrisa. Iba vestida con vaqueros y una sudadera sin capucha de color negro.


- ¿Cómo estás? - me pregunta manteniéndose a una distancia considerable de la camilla. No la recordaba tan distante en la fiesta y me parece que tiene que ver con lo ocurrido en la fiesta.


- Bien, bueno estoy seguro de que en vena me están inyectando el doble de mi medicación habitual pero al menos evita que piense - ella suspira y cae sobre la camilla vencida como un cuerpo inerte.


- Siento mucho lo que ha pasado de verdad, yo no sabía nada - antes de seguír hablando toma aire un segundo, espantándo los demonios - ¿Por qué no me dijiste que estabas enfermo? - miro por la ventana que daba al pasillo un segundo y entrecierro los ojos.


- No lo preguntaste. - vuelvo la mirada hacia ella - además, no quería darte lástima.


- ¿Qué ...? ¡Casi te mueres a mis pies! - me responde con los ojos muy abiertos - No te tengo pena, ni lástima, me pareces un chico que se comporta como cualquier otro chico que ha tenido algo de mala suerte. Pero no por eso tienes que ocultarlo, tienes que tener un par de huevos Nate.


- No lo oculto - le discuto con el ceño fruncido - pregúntame algo, lo que quieras. - digo sin pensar verdaderamente en lo que estoy diciendo, seducido por la puesta en duda de mi honradez.


- Háblame sobre tu novia - frunce el ceño, sabe muy bien lo que pregunta, sabe que es mi punto débil, lo dice cruzándose de piernas sobre la cama, atenta a lo que tenía que decirle. Bien Nate, eres un tío listo.


- Joy - digo cerrando los ojos durante un segundo - ¿Qué quieres saber de ella? - esto empezaba a incomodarme, no sabía por qué diantres tuve que decirle nada.


- No sé.... ¿Cómo empezásteis a salir? - pregunta ella inocentemente.


Lo recordaba bien, como si fuera ayer, como si todo lo pasado desde entonces se hubiera esfumado y volviera a sentir las cosquillas en el estómago. Recordaba el olor a césped recién cortado, el sol tostándo mi piel en primavera, la música de fondo, Joy... Ella cantaba y bailaba imitando al cantante de aquella canción, si su suerte hubiera sido otra podría haber sido cantante o bailarina, podría haber sido modelo o podría haber sido médico, todo lo que ella hubiera querido ser lo hubiera conseguido, lo hubiera hecho.


Estábamos en los jardines del hospital, donde los enfermos se sentían un poco menos enfermos y el sol brillaba con intensidad. Allí estábamos los dos, bajo la sombra de un manzano, escuchando música y riendo de nuestra propia sombra. Hacía meses que me había dado cuenta de lo que sentía por ella, hacía meses que la luz de sus ojos me dividía en mil pedazos y me recomponía cuando estaba perdido, hacía meses que el corazón se me desbocaba con caricias regaladas y se me erizaba el vello de la nuca al escuchar su nombre.


- ¿Entonces mañana puedes venir o no? - le decía con una sonrisa de oreja a oreja cuando empieza el estribillo de Crazy, de Aerosmith.


- Le tendré que consultar a mis contactos - dice guiñando un ojo cuando empieza a cantar el estribillo dando vueltas. Parecía un pájaro. Con los brazos extendidos miraba con los ojos cerrados al cielo, dejando que el sol la contemplara desde lo alto.


- ¿Tienes contactos? - digo enarcando una ceja y una sonrisa de suficiencia. Era tan preciosa que era difícil apartar la vista y era muy fácil imaginar lo que podría pasar...


- Pues claro - dice sonríendo y con una risa suave de pajarillo. Me mira y sus ojos sonríen - Soy alguien importante.


- Ah perdone señorita importante con contactos - digo riendo - ¿Y yo quien soy?


- Tu... Eres un caballero - ante mi cara de espetufefaccion ella ríe - las chicas importantes solo se codean con caballeros.


- Entonces yo soy un caballero que vive en un mundo donde los caballeros andantes ya no existen, sin caballo y sin armadura. - ella se muerde el labio y sonríe.


- ¿Eso te lo has inventado tú? - dirijo la mirada hacia un lado y me paso una mano por el cabello.


- Si hombre ojalá, lo vi en una película - digo sonriendo - tanta imaginación no tengo.... Entonces... ¿vienes? 


- Con la condición de que no me digas que estás enamorado de mi - ella ríe, tan alegre como siempre, pero mi cara es básicamente un poema. Me quedo con la boca abierta hasta que ella para de reírse y me mira - ¿Qué pasa?


- Pues que... - digo con la boca seca y pastosa, solo puedo sonreír tontamente desde la silla de ruedas - bueno... - tomo aire e intento calmarme -  digamos que el caballero se colgó de la importante, pero eso carece de importancia ¿no? - muevo la silla de ruedas para salir de allí antes de que me diera un ataque, ni siquiera la miré a la cara, solo quería salir de allí. Era un estúpido paralítico con un cable que le cruzaba la nariz.


- Eh - me llama desde la sombra del Manzano cuando apenas había recorrido tres tristes metros - ¿Qué le hubiera dicho el caballero a la importante de haber ido? - sonrío y giro la silla de ruedas. No podía evitar mantenerme serio y distante, no con ella.


- Que quizás no pueda andar, tampoco respirar como es debido y puede que me muera antes de hacerlo, pero que intentaría hacer a esa importante chica feliz, costara lo que costara. - ella se me queda mirando e inclina la cabeza a un lado.


- ¿Qué piensas que te hubiera contestado? - sonrío con el corazón en un puño y las manos temblando.


- ¿Qué piensas tú? - le contesto y, por un segundo, pienso que va a salir corriendo y me va a dejar ahí en medio, falto de aire conectado a una pequeña bombona de oxígeno que en ese momento lo me iba a servir de nada.


- Pues... Pienso... Que es una declaración de amor propia de película, que nunca se lo hubiera imaginado. - Cierra los ojos mirando al cielo y sonríe - pero me gusta.


- Te gusta - repito, no me había aclarado nada y eso era malo, muy malo. Se acerca a mí, apoyando sus manos en los brazos de la silla, estábamos muy cerca el uno del otro y aquello desataba mi corazón.


- Quiero intentarlo Nathaniel. - y ahí fue cuando empecé a respirar con nuevos pulmones.


Vuelvo a la habitación de hospital, cuatro años después, con otra chica que no es Joy en la sala, con el miedo en el cuerpo y mis manos temblando. Aquellos momentos solo se los contaba a mi psicóloga y para acabar con ello lo antes posible, nunca porque sí. Maggie me miraba con rostro serio. Maggie, no Joy, me tengo que recordar.


- Ya no llevas bombona de oxígeno - me dice, de todo lo que podría decir y dice eso...


- Si sientes curiosidad me operaron hace año y medio - le digo recostándome en la cama. Sentía un fuerte dolor en el pecho, nada físico, pero dolía como mil puñaladas. Joder, eran esos ojos verdes tras mis párpados, esa piel perfecta, esa alegría y coraje... Dios... 


- Pero te sigue faltando el aire...


- No, estoy perfectamente - le replico tapándome con las sábanas hasta la cabeza, ocultando los sentimientos, apretando los ojos con fuerza. Intentando matar los recuerdos.


- No me refiero a eso Nathan. Escúchame siento lo que ha pasado, ha sido mi culpa, pero deja que te compense, se la manera de la que vas a respirar de nuevo.


- ¿Y como sabes que funcionará? - pregunto con el corazón encogido.


- Porque alguien lo hizo por mi cuando Caleb murió.


Nunca supe cuánto tiempo estuve hablando con Maggie, pero las horas de visita se acabaron y ella se marchó. Resultó ser una chica más centrada de lo que parecía, hablaba con una seguridad que hacía que todo lo que dijera sonará a cierto. Increíble, aquella chica me había sorprendido. Me había suplicado que la perdonara por lo que pasó en la fiesta y que averiguaría quién me puso algo en la copa. También permitió que me quedara en su casa hasta que Patrick volviera a dirigirme la palabra para llevarme de vuelta y al día siguiente me recogería en su furgoneta verde. Un color extraño para una chica extraña, me digo. También recibí la advertencias de los médicos pero lo que no esperaba, al día siguiente por la mañana, era que una persona en especial apareciera por las puertas de la habitación 312.

Estaba de pie buscando el cargador de un móvil, que rara vez usaba, entre mis cosas. Iba en chándal con el pelo alborotado y ya casi recuperado de lo que pasó dos noches atrás. No me podía creer que aquello me hubiera afectado tanto cuando escucho que alguien abre de repente la puerta, dándome un susto de muerte y que hace que casi caiga el endeble mueble que se encuentra junto a la cama. Bien.

- ¡Joder! - digo para mí cuando me clavo una de las esquinas del mueble en la cadera. Me doy la vuelta esperándome a Maggie o a Katherine, incluso a Patrick, pero no a ella.

- ¡Cariño! - dice la mujer con los brazos en alto mientras doy un paso atrás. Tenía el cabello ondulado y castaño, carnosos labios pintados de rosa fucsia y excesivo maquillaje. Parecía una Drag Queen mal pintada. - ¡Ven con mamá! Que alto estás ¿Has crecido?

Christine Robinson, mujer de Dylan Robinson y madre de Patrick y Nathaniel Robinson. No recuerdo bien cuando fue la última vez que la vi, pero creo que fue tres o cuatro meses desde lo de Joy, antes de que empezara a ponerse peor y peor. Recuerdo que acabé suplicándole que se fuera, ya que hizo llorar a Joy y eso... Eso era lo último. Le hechó la culpa de que yo no mejorara, la acusaba de ser una niña que acabaría en un hoyo y que nadie la hecharía de menos y le echó la culpa de lavarme el cerebro para que yo no pasara tiempo con ella. Entre otras muchas cosas. No recuerdo haber estado tan furioso en mi vida. Una cosa era que hubiera sido una pésima madre y esposa y otra muy diferente meterse con Joy, la cual tenía una enfermedad que acabaría con ella. Recuerdo que Patrick me encerró en una habitación, suplicándome que me quedara dentro, que no saliera y que no le hiciera nada a su madre. Pero Patrick se había ido.

- ¿Qué haces tú aquí? - digo con el ceño fruncido y una mano cerca del botón de auxilio. Ella suelta su bolso sobre la cama y se intenta acercar - no, no te acerques, ni se te ocurra ¿Qué haces aquí?

- Venir a verte, claro. - dice con una sonrisa estropeada por años de tabaquismo descontrolado - Patrick me ha llamado, he ido a recoger tus cosas y te llevo a tu casa...

- No - digo riendo, irónico ante la situación - puedes subir las cosas e irte, no te preocupaste cuando me quedé en una puta silla de ruedas ni cuando Joy murió ¿Por qué ibas a hacerlo ahora? puedo apañármelas yo solo como hasta ahora. Así que vete.

- No me puedo ir - dice sacándo de su infinito bolso unos vaqueros y una camiseta algo arrugada y desgastada - ¿Qué clase de madre sería si me fuera el día de tu cumpleaños? - me mira sonriente mientras frunzo el ceño y aprieto los puños.

- La que eres Christine, hazme un favor y déjame tranquilo - ella borra de su rostro la sonrisa y, por un momento, veo un atisbo de frialdad en sus ojos antes de volver a la serenidad tan inusual en ella.

-  Ya me dijeron que últimamente no estabas de buen humor.... - suspira y se pasa el cabello a un lado - he cambiado Nathaniel, y esperaba que este fuera un feliz cumpleaños.

-  Joy murió hace dos semanas. No va a ser un feliz cumpleaños.

Había pasado muchos cumpleaños con Joy a mi lado, dándome tirones de oreja, despertándome por las mañanas, cantando y saltando sobre mi cama, preparando dulces y reuniendo a todos nosotros para una fiesta no demasiado deprimente... Siempre fue la primera en felicitarme cada cumpleaños, nunca se olvidó y siempre trataba de quitarse importancia ella para que fuera mi día. Suspiro mientras la imagen de su sonrisa se mantenía firme en mi cabeza, una imagen que, con cada día que pasaba, iba perdiendo nitidez. Todavía la escuchaba cantar en mi cabeza una y otra vez, la escuchaba reír e insistir cuando me quejaba. Conocí a Joy con veinte años y, hoy, con veintiséis, uno de los dos ha caído, ha perdido el juego contra el cáncer, como tantas otras personas... Y tiene que pasarte para pensar en ellos, tienes que padecerlo en tu persona o en alguien a quien quieres para darte cuenta de que es la maldita realidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario