- Había una vez tres príncipes, uno de ellos era el
más fuerte de todos los reinos, el príncipe Gris, que habitaba en el Reino del Sur, otro, el príncipe Verde, el
príncipe más bondadoso que alguien se pudiera imaginar situado en el Reino del Este y, el último, en el
reino del norte, el príncipe Azul. Éste último presumía de ser el más fuerte y
el más bondadoso, incluso iba diciendo que, con los ojos vendados, podría
conseguir derrotar a los otros dos príncipes y, además, conquistar a la más
bella princesa de los reinos.
>> Un día, el príncipe Azul, estaba
presumiendo en la plaza del reino, de su fuerza y justicia, de la bondad y la
humildad que le caracterizaban mientras bebía vino y comía deliciosos manjares.
Por allí pasaba, en ese momento, la hija de un burgués y el presumido príncipe
creyó ver un ángel. Se enamoró de pronto con solo mirarla, y juró que aquella
joven debía ser suya. El príncipe la encontró, la siguió e intentó hablar con
ella, pero cada vez que empezaba a alardear sobre sus logros, la joven, se
marchaba dejándole con la palabra en la boca. Azul, que nunca había tenido
problemas para conquistar a una dama, lo intentaba y lo intentaba, pero ella
siempre acababa huyendo. <<Dadme una explicación – le decía – soy el más
apuesto del reino, el más fuerte, el más
bondadoso, soy un príncipe azul en un palacio ¿Qué más queréis?>> la
burguesa le miró en silencio y vio la desesperación en los ojos del príncipe
<<Yo no quiero que alardeéis de vuestras hazañas, que me llenéis de joyas
ni que os sintáis superior ante los demás príncipes, porque la esencia siempre
gana a la apariencia, yo solo quiero que, el hombre al que ame, sea capaz de
morir por mí>>
- ¿Y qué pasó con el príncipe, tío Nathan? – me
quedo mirando a la niña arropada en la cama, llena de pecas y labios sonrosados
con una leve sonrisa.
- Resultó ser, Olivia, que el príncipe azul, tenía
la cualidad de la promesa. Todo lo que prometía se cumplía. Y prometió morir
por la princesa. Días después encontraron al príncipe en palacio, con una nota
a su lado que decía <<Morí de amor, pero con el corazón vivo, ya que late
dentro de mi joven burguesa>> Y así, el príncipe azul, le entregó su
corazón.
- ¿Y por eso todas las niñas quieren un príncipe
azul? ¿Para que mueran por ellas? – la niña mostraba curiosidad sobre el cuento
que le acababa de contar su tío, su habitación entera andaba decorada con
princesas y hadas y era una verdadera amante de los cuentos antes de dormir.
- No lo sé, Olivia, eso pregúntaselo al resto de
niñas de tu clase. – la arropo y me levanto para salir del cuarto de mi sobrina
política. Era una muy buena niña, dulce y encantadora como su madre, y sabía
que sufría tanto como los demás, pero nunca cambiaba aquella sonrisa de ángel.
- ¿Hubieras muerto tú por la tía Joy? ¿Cómo el
príncipe del cuento? – se me corta la respiración ante la pregunta un instante,
antes de contestar.
- Hubiera muerto mil y una veces antes de que tu tía
muriese, Olivia. Ahora, a dormir, es tarde… - apago la luz de la habitación y
antes de salir me quedo en la puerta tragándome el nudo que se me había formado
en la garganta– Buenas noches cielo, feliz año.
- Buenas noches tío Nathan…
Debajo de las escaleras me esperaba Katherine, la
cual parecía agotada. Patrick se había marchado a celebrar el año con su esposa
mientras que yo, había decidido quedarme con Kate y sus padres aquella noche.
Michael, su marido, se había ido antes de que yo llegara. Al parecer daría la
bienvenida al nuevo año con sus padres, como habían prometido semanas atrás,
antes de que Joy muriera, algo que ninguno tenía previsto. Así que allí estaba
yo, con la familia de mi novia, celebrando una asquerosa despedida del año
hasta que Katherine me llevara a casa.
- ¿Se ha dormido? – me pregunta la hermana de Joy, abrazándose a sí
misma.
- Lo hará en breve – digo mientras bajo los últimos
escalones y la abrazo con ternura – Por lo menos Joy ya no está sufriendo
Kate. – ella asiente y se separa. Es un momento muy complicado para todos.
Cruzamos unas puertas dobles, dan al salón desde el
pasillo principal, y ahí están el señor y la señora Milton, de unos sesenta
años de edad, sujetos de las manos. Eran buenas personas, ambos, siempre me
trataron como a un hijo y nunca me dieron la espalda. No podía imaginar cómo
sería perder a una hija por una enfermedad tan horrible.
- ¿Qué tal tu hermano, Nathaniel? – me pregunta el
señor Robert Milton. Les miro y sonrío, intentando no darles más pena de la
que ya daba por mí mismo.
- Bien, bien. Está con sus hijas y su esposa. Se
merece un descanso, estar conmigo veinticuatro horas no puede ser sano para
nadie – lo intento decir bromeando, pero nadie se creía que lo dijera de otra forma que no fuera en serio. Y lo cierto era, que de verdad lo pensaba.
- Katherine nos ha dicho que tu nuevo pulmón
funciona perfectamente. – dice Stephanie Milton. Una mujer
encantadora.
- Oh – digo llevándome la mano al pecho, a la
cicatriz. – Sí, bueno, después del alta médica aún tengo que ir a revisiones,
por si acaso algo va mal. Pero la doctora dice que si ya no ha habido rechazo,
no cree que lo vaya a haber. Solo voy por precaución y por los daños en la
médula que, bueno…
- No te dejaban andar – termina por mí el
señor Milton. Hago una mueca en forma de sonrisa, dando a entender que llevaba
razón. El señor Milton rara vez no la llevaba. – nos alegramos mucho por ti Nathaniel, que volvieras a caminar y llevar
una vida medianamente normal. Y sentimos… - se calla un instante, incapaz de
pronunciar palabra alguna – sentimos…
- Sentimos la manera en la que te haya podido
afectar la muerte de nuestra pequeña – termina la señora Milton, tan fuerte y luchadora como sus hijas– hemos estado
hablando con Patrick y sabemos tu situación… Y no sabes cuánto lo sentimos,
siendo tan joven... - coge aire y respira profundamente - Que tengas que volver... - le brillan los ojos, no sé muy bien el motivo exacto pero se me parte el alma en dos - Que no vivas una vida normal – al pronunciar aquello a Stephanie se le saltan las lágrimas
y se emociona. Quiero levantarme y ponerme a su lado para abrazarla. Pero no puedo
- Stephanie, no llore, no sé lo que mi hermano os ha
contado, pero mi situación hubiera sido mil veces peor de no haber conocido a
Joy. Lo saben desde que me preguntaron por las cicatrices de mis muñecas.
Vuestra hija no me ha destrozado la vida. Seguramente si no
la hubiera conocido seguiría en aquella silla de ruedas y en algún manicomio de
la zona… - ella se acerca de repente, limpiándose las mejillas y me sujeta la cara con los ojos llenos de lágrimas.
- Eres un buen chico, y ya que es año nuevo, mi
deseo es que vuelvas a vivir el amor como lo hiciste con Joy y... Y que te
recuperes pronto hijo, del todo.
- Mamá, Papá – dice Katherine secándose las lágrimas
de las mejillas, con la nariz roja, así como los ojos – tengo que llevar a
Nathaniel a la casa de su hermano. Se quedará allí un tiempo.
- Espera un momento – la mujer empieza a buscar en
un gran bolso que había sobre la mesa, y saca un paquete pequeño, envuelto en
papel azul. – esto es para ti.
Me lo da y me quedo con el paquete entre las manos
un segundo, antes de entender que esperaban que lo abriera en aquel momento.
Despacio, rasgo el papel con los dedos. Lo dejo caer al suelo y contemplo un segundo lo que tengo entre las manos. Es una caja pequeña de piel negra. La
abro y veo un colgante en forma de círculo. Es plateado con una inscripción
grabada <<Para siempre>> pone en la parte superior. Me tiemblan las manos. Saco el colgante
de la caja y lo abro. Dentro tenía un portafotos. Me caigo en el sofá al
fallarme las piernas y, en silencio, las lágrimas empiezan a correr por mi
rostro. Dentro tenía la primera foto que nos hicimos Joy y yo. Todavía éramos
amigos y ambos estábamos ingresados. Me quedo mirando la foto, borrosa por las
lágrimas. Aquel colgante había sido suyo. Lo llevaba puesto el día de su
muerte. Lo recordaba bien.
- Nathan, entra, quiere verte. – Estaba en la
cafetería, mirando a la nada, cuando Stephanie entró.
Me levanto de un salto hacia la habitación. Aquella
noche había sido horrible para todos. La habían trasladado de urgencia al
hospital, pero todos sabíamos que había llegado la hora de despedirse. Y no
quería. No se me borra la imagen de la cabeza, el momento en el que entré y la
vi llena de tubos y cables por todas partes, con el rostro pálido y los labios
morados y agrietados, con ojeras y mucho más pálida que de costumbre.
- Nate… - dice, parece que le cuesta respirar, y, al
tocar su mano helada, me estremezco.
- Estoy aquí princesa. – Le beso la frente, por
miedo a hacerle daño, por si siente algún dolor. Entonces me fijé en el
colgante de su cuello, lo reconocí al instante. Fue uno de los regalos de
Navidad.
- Estoy cansada… - en pocos momentos me quedaba sin
palabras pero ¿Qué se le decía a una enferma de cáncer a punto de morir?
- Todavía es pronto para irse a dormir cielo – y lo
decía en todos y cada uno de los sentidos posibles. Era demasiado pronto para
que Joy muriera, era demasiado pronto para que nos dejara.
- Sí… ¿Trajiste tú las rosas? – Sonrío de medio lado
y me siento a un lado de la cama, sin dejar de agarrarle la mano – son
preciosas… - Me quedo en silencio, temiendo que, si hablaba, las lágrimas iban
a saltar y aquello no le iba a venir bien a mi querida Joy – Nathaniel, sé que
no voy a vivir mucho más… pero por dios, no olvides que te quiero, que siento
tener que irme y…
- Basta – digo con una mano en los ojos, donde
densas lágrimas resbalaban sin control por mi rostro – no tienes que sentir
nada. Te quiero, solo puedo decirte que tener aquel accidente ha sido lo mejor
que me ha podido pasar nunca, pero no quiero despedidas ¿Vale? – La miro, con
los ojos rojos y lo más parecido a una sonrisa que pude imitar.
- No es una despedida – repuso con el ceño fruncido
– no vas a vivir eternamente, guapo – entonces sonríe abiertamente y
entrecierra los ojos – Nathan, quiero casarme contigo.
Esas fueron sus últimas palabras antes de que su
pulso empezara a descender y que la habitación se llenara de médicos, los
cuales me echaron al instante mientras me daba uno de mis ya conocidos ataques
de pánico. No volví a ver a Joy con vida. Pero no me arrepentí de mis últimas
palabras.
Siento las miradas de los padres de Joy y de
Katherine puestas en mí, pero no vienen a consolarme, saben que era algo que
cabía de esperar. Me limpio las lágrimas de los ojos y miro a sus padres, se
están dando la mano y me miran llenos de lástima.
- Gracias. – es lo único que consigo decir antes de
levantarme con el colgante en la mano y salir fuera.
Normalmente, al llegar a la casa de Patrick, hubiera
saludado a Michelle y a las niñas, que acostumbraban a acostarse tarde viendo
películas de navidad. Pero aquella noche no tuve fuerzas para más. Entré en la
casa y, tras la atenta mirada de mi hermano y su esposa, subí a la habitación
de invitados y me metí en la cama. Ni si quiera me quité los zapatos ni me
preocupé por encender la luz al entrar. Aquella noche, lloré hasta quedar
dormido, contemplando la foto de Joy. Patrick no me molestó, pero le escuché
hablar con su esposa en mi puerta <<Deja que pase por esto solo Patrick,
ahora solo necesita tiempo>> le decía ella. <<Nathan, quiero
casarme contigo>> sonaba en mi cabeza, esas habían sido las últimas
palabras que había escuchado de sus labios. Demasiado tarde como para cumplir
su deseo, demasiado tarde para cumplir el mío.
- Buenos días Nate – me saluda mi hermano cuando
aparezco por la cocina a la hora del almuerzo. En la mesa había un zumo y mis
pastillas a un lado. Me dolía la cabeza.
- ¿Y Michelle? – digo tragándome las pastillas, a lo
mejor me ayudaban en algo.
- Está en el parque con las niñas y el perro,
volverán en seguida. – me mira y posa su vista en lo que colgaba de mi cuello.
Pero no dice absolutamente nada, solo sigue dándole vueltas a algo que no tenía
ni idea de lo que era. - ¿Qué tal Katherine y sus padres?
- Oh, estupendamente, ya sabes de luto y esas cosas
pero bien – mis palabras habían sonado más irónicas y despreciables de lo que
sonaban en mi cabeza aunque, pensándolo mejor, puede que así pensara las cosas
antes de preguntarlas.
- ¿No fue bien la noche? – sigue preguntando,
intentando averiguar cualquier cosa que llevara a mi comportamiento de la
pasada noche, haciendo caso omiso de las advertencias y consejos de Michelle.
- No, Patrick, fue triste – suspiro y salgo de allí
para dirigirme a la entrada. Mi hermano era un tipo listo, pero a veces, solo a
veces, parecía como si se hubiera chocado contra un muro de cemento. – voy a
dar una vuelta.
- Espera, come y ahora voy contigo, no puedo acompañarte
ahora - me grita desde los fogones.
- Quiero ir solo, si no he vuelto en media hora
llamas a la policía si te apetece. Solo voy a dar un paseo por el barrio.
Antes de que pudiera decirme que no y que empezara a
gritar con las manos en la cabeza por toda la casa salgo y cierro la puerta a
mis espaldas. Llevaba puesta la ropa del día anterior y ni siquiera me había
mirado al espejo. Caminaba con una mano en el bolsillo de la sudadera y la
otra, inconscientemente, sujetando la cadena que me colgaba del cuello. No
hacía un mal día, el sol brillaba a pesar del frío y no había nubes en el
cielo, había gente corriendo, haciendo deporte, niños con la bicicleta y
jugando en los jardines de las casas con sus nuevos juguetes. No muy lejos de
allí veo una pequeña tienda que llama mi atención y, para pasar el rato, entro.
Era una tienda de música antigua, vendía CD's de cantantes desde los 60 hasta los 90, además
de vender guitarras, teclados, baterías, etc.
La tienda la alumbraba una tenue luz y estaba decorada con colores
oscuros y apagados que le daban un toque acogedor, formando, con la música de
fondo, un ambiente mágico. En aquellos momentos sonaba ``Still Loving You´´ del
grupo Scorpions. Adoraba aquella canción, no sabía bien por qué, pero hacía que
te transportaras lejos de donde quiera que estuvieras. Me quedo mirando un
teclado, pero rápidamente me dirijo a la zona de los discos, obviando la tentación
de acariciar las teclas.
Solo había un
par de personas en la tienda, lo que te permitía abstraerte del mundo mientras
echabas un vistazo aquí y allá.
- ¿Puedo ayudarte en algo? – miro a mis espaldas
para conocer la procedencia de aquella voz. Era una chica delgada, con los ojos
muy pintados de negro, con el cabello castaño y una sola mecha roja. Frunzo el
ceño. Debía ser la encargada.
- No, gracias – me giro y sigo a lo mío, pero la
chica no se va.
- ¿Te gusta Aerosmith? – dice echando un ojo al
disco que estaba viendo. La miro, pero no le contesto, simplemente quería que
se fuera. – espera un segundo.
La chica se va detrás del mostrador y teclea algo en
el ordenador, empieza a sonar la música, inundando el establecimiento con una
melodía deliciosa. Entonces el cantante hace sonar las primeras notas desde su
garganta ‘’Podría permanecer despierto solo por escucharte respirar’’ Conocía
aquella canción, I Don’t Wanna Miss a Thing. Solía escucharla mucho con Joy, a
ambos nos gustaba el grupo y, aquella canción, era la favorita de ella. Tenía
una letra conmovedora ‘’No quiero cerrar los ojos, no quiero quedarme dormido,
porque te extraño y no quiero perderme nada…’’ decía la letra… La chica tenía
puntería.
- ¿Qué te parece? – dice volviéndose a acercar.
- ¿Me estás preguntando qué me parece una de las
mejores canciones de la historia? – digo ojeando otros discos, alguno de los Beatles
y otros de Kenny G o Lionel Richie.
- Alguien que entiende – dice con una sonrisa,
apoyándose sobre el mostrador – eh ¿Qué te ha pasado en la pierna? – dice sin
ningún pudor, al verme cojear. No se notaba mucho, pero si tenías un ojo
medianamente en condiciones podías ver que muy bien no andaba.
- ¿No sé ni tu nombre y ya quieres saber qué me ha
pasado en la pierna? – no había tratado en aquellos años con mucha gente de
fuera y ahora que Joy no estaba… quizás sería bueno… suspiro y aparto la imagen de la cabeza.
- Maggie, me llamo Maggie, trabajo aquí desde que
cumplí los dieciocho. Mi padre es el dueño de esto y vivo en la planta de
arriba. Te toca – dice sonriendo. Sale del mostrador y empieza a ordenar algunos discos que
había desperdigados por aquí y por allá mientras sigue hablando.
- Tuve un accidente y la pierna de la que cojeo está
llena de clavos, acabo de mudarme con mi hermano no muy lejos de aquí – y de
repente me pregunto qué coño estaba haciendo hablando con una chica que ni
conocía. Y solo por ponerme aquella estúpida canción.
- Guay – dice sonriendo, mascando chicle y ordenando.
– oye y si viajas en avión, ¿Te pita el detector de metales? – enarco una ceja
y la miro, aguantando una sonrisa.
- No lo he probado desde el accidente, pero creo que
no – la chica parecía decepcionada ante mi respuesta. Miro el reloj y ya habían
pasado casi tres cuartos de hora desde que me fui. Patrick ya se creería que me
ha dado un ataque o que me ha fallado el pulmón. A saber. – Me tengo que ir. Ya
volveré a por el CD. – digo soltando el
disco de Aerosmith que había dejado a un lado.
- Oye, mañana habrá una fiesta en la playa. – dice colocándose
un mechón de pelo tras la oreja – ven si quieres ehh… si... Mmm...¿Cómo te llamas?
- Nate. – Cruzo la tienda despacio y le sonrío –
encantado Maggie, y gracias por la invitación – no pensaba ir ni loco.
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