Me
encontraba agazapado en una esquina del sofá, mirando al horizonte, con el
cabello ya seco y rodeado de mantas y, pese a eso, estaba entumecido. Tenía congelados
hasta los dedos de los pies y el cuerpo entero me temblaba.
Patrick se
sienta a mi lado y me entrega una taza con un líquido caliente y humeante. Una
infusión, quizás. En mi cabeza se reproducían recuerdos uno por uno, a cual más
doloroso. Distintas estaciones del año, distintos grados de enfermedad, tanto
suyos como míos. Recuerdo haber tenido serios problemas de respiración antes
del trasplante y ella, a la vez, tumbada en la camilla de al lado, muy enferma,
dándome la mano.
- Nate – me
dice Patrick, pero yo sigo sin dejar de mirar algún punto lejos de donde nos encontrábamos,
perdido, en un mar de dudas en las que nadie sabía la respuesta.
- Que – digo
con la taza entre las manos. No me había dado cuenta de que había puesto la
televisión. Las noticias. Hablaban de algo en relación con el fin del año, el
día siguiente sería treinta y uno de diciembre. Mierda.
- Nathan no
puedes seguir así – entrecierro los ojos y me quedo en silencio, avergonzado
por no poder controlar mis propios sentimientos y que mi hermano tuviera que
verme en aquel estado de mierda. – Nate, escúchame, no puedes pasar así el
resto de tu vida, necesitas salir de este piso, cambiar de aires… ¿Por qué no
llamas a Ian?
- Patrick,
hace poco más de una semana que Joy a muerto – al pronunciar aquellas palabras
las escupo como si fueran veneno. Aún no me lo creía. Mi Joy, mi preciosa Joy
había fallecido. – dame un poco de tiempo…
- No. –
dice Patrick rotundamente. Le miro y tiene el ceño fruncido y parece cabreado -
¿Crees que me voy a quedar aquí con los brazos cruzados porque los médicos
digan que tienes depresión? – Mi hermano suelta un bufido, nunca había visto a
Patrick así conmigo, enfadado o incluso decepcionado, siempre había sido
comprensivo y respetuoso, no entendía por qué ahora actuaba de aquella manera–
Tu novia a muerto, hace poco, sí, pero no va a volver. Se la ha cargado un
puñetero cáncer de mierda ¡Pero eso ya sabíamos que iba a pasar! Todos nos
hicimos a la idea, nos despedimos, pero tú… - aprieto la mandíbula y los puños
con fuerza.
- Cállate,
no quiero escucharte más…
- ¿Crees
que ella querría verte así? – empieza a reírse, triste, agotado -Das asco. – y
era cierto lo que mi hermano decía. Daba asco.
Entonces me
despierto de aquella maldita pesadilla tumbado en mi cama. Después de la escena
en el baño mi hermano me había dado la medicación y me había quedado dormido de
nuevo. Me paso la mano por el rostro <<Das asco>> se me repetía una
y otra vez en la cabeza, en un bucle cerrado del que no sabía cómo salir. Y la
voz de mi hermano pasaba a ser la de Joy, luego a la voz de mi madre y, más
tarde, la de mi padre.
Mi padre
siempre fue un buen hombre, moreno de anchas espaldas y muy trabajador. Llegó a
tener muchísimo dinero, el que ahora mi madre, después de su muerte, se gasta
en viajes a Italia. Se llamaba Dylan Robinson. Murió cuando era pequeño de
problemas del corazón. Por lo que Patrick me contaba, adoraba la música y
adoraba a sus hijos. Había cosas que me costaba recordar, pero nunca vi una
falta de respeto en su vocabulario, era un hombre muy correcto. Patrick se
parecía mucho a él en ese aspecto, sin embargo, mamá no viene a verme, o eso dice
mi hermano, por el dolor que supone ver de nuevo a mi padre en una cama de
hospital. Según ellos, era la realidad, mi padre y yo nos parecíamos como dos
gotas de agua, pero a mi parecer sus razones eran otras muy diferentes.
Aún
recuerdo ver a mi padre sentado al piano, tocando Sleep Away de Bob Acri. Era
una pieza preciosa, a piano, que de pequeño adoraba escuchar. Me quedaba horas
sentado frente al piano, intentando imitar a mi padre cuando éste se iba a
trabajar. Pero nunca lo conseguí y con la muerte de papá nunca lo volví a
intentar. Y supongo que nunca lo haré.
Miro a un
lado y en la mesa hay un marco caído intencionadamente. Era una foto mía y de
Joy, de las pocas que conservaba. Aquel día fue en el jardín de la casa de
Patrick, fue la última vez que estuvimos allí. Que yo recuerde, no fue una
buena época. No me encontraba como debería y el pulmón no llegaba, al volver de aquel
viaje me hospitalizaron y no mucho después a Joy. En aquella foto estaba sentado
en una silla de ruedas. Había hecho grandes mejoras, pero mis otros problemas
me mantenían allí. En aquel retrato tenía el rostro pálido y grandes surcos
morados bajo los ojos, pero sonreía. Joy me abrazaba por la espalda con un
pañuelo celeste en la cabeza y una sonrisa de oreja a oreja. Recuerdo a la
quisquillosa de mi novia con el ceño fruncido diciendo <<No, Patrick más
cerca ¡Pero no tanto! Vamos, a la derecha… no, no, a mi derecha. Eso es… ¡Pero
tienes que contar hasta tres!>> El recuerdo me hace sonreír, pero no me
atrevo a colocar bien el marco. Tendría que volver a enfrentarme a ella.
- ¡Patrick!
– lo llamo desde la habitación con un grito. Debió de creerse que algo me
pasaba puesto que entró en la habitación subiéndose la cremallera del pantalón
a toda prisa - ¿Qué estabas haciendo? – digo con el ceño fruncido, sentado
sobre la cama. El Perro aprovecha que la puerta se ha abierto para entrar
corriendo y subirse a la cama. Era demasiado cariñoso para mi gusto.
- Estaba en
el baño ¿Qué ocurre? – dice tranquilizándose al ver que todo estaba bien.
- La
doctora Thomson tiene razón. – digo quitándome al perro de encima, que
intentaba lamerme la cara. – Tengo que irme de aquí – Patrick sonríe,
obviamente complacido por mi razonamiento y por la felicidad de ver a sus
niñas.
- ¿Estás
seguro? – me dice cauteloso, con miedo
de que fuera a echarme atrás.
Pero era
cierto. La veía en todas partes, en la cocina, en el salón, en el baño, en
nuestra habitación… Había intentado deshacerme de todo lo relacionado con Joy.
Los marcos, las pinturas en las paredes, su guitarra, sus medicamentos… Pero no
eran sus cosas lo que me hacía verla o recordarla, todo estaba en mi cabeza, y
estar allí, donde no hace mucho había estado con ella…
-
Totalmente – le respondo, resignado por mi respuesta.
Era cierto
que no quería irme, no quería dejar todos aquellos recuerdos allí, pero tampoco
quería llevármelos conmigo, por mi propia salud mental. Todavía recordaba su
olor, qué se sentía cuando te besaba, cuando te abrazaba… Y dolía, dolía como
para soñar con ella cada noche, como para tener ataques de pánico cuando me doy
cuenta de que no está, como para querer vivir mi vida por ella nueve veces,
pero a la vez querer morir diez, como para llamarla, olvidando por completo que nunca recibiría una respuesta suya. Cuanto habría dado por que ella fuera la que
hubiera vivido, ella lo hubiera llevado mucho mejor, hubiera sabido cómo
actuar, qué era correcto y qué no… Estaba seguro de ello.
Al día
siguiente, la mañana de año nuevo, Patrick me despierta con un estruendo enorme
en mi habitación. Abro un ojo y miro qué está haciendo y luego me tapo con la
manta hasta la cabeza.
- ¿Pero qué
estás haciendo imbécil? – me dolía la cabeza y de lo que menos tenía ganas era de pelearme con
mi hermano.
- Recoger
tus cosas, nos vamos éste mediodía para estar allí antes de las doce. Solo nos
llevamos lo más importante, ya vendré otro día a por lo demás. – siento como me
cae los pies de la cama la ropa que va sacando. – Por cierto, he llamado a
Katherine para decirle que estaremos allí, quiere hablar contigo. Llámala.
Me quedo
unos segundos bajo las mantas, en silencio. Tendría que levantarme tarde o
temprano. Pero en aquel momento mis ganas eran pocas.
- Dios
santo Nathan, toma – me arranca las sábanas y me da su teléfono móvil –
llámala.
Me cae el
móvil a un lado y Patrick abandona la habitación con un montón de ropa entre
las manos. Me quedo un rato mirando el teléfono, pensando qué me tendría que
decir, pero solo habría una manera de averiguarlo. Marco su teléfono y me pongo
el aparato en el oído.
- Hola Kate
– digo cuando responde al teléfono, con la voz todo lo tierna que podía. Ella
había tenido que tirar de una niña pequeña a pesar de haberse muerto su
hermana.
- Que hay
Nathan ¿Cómo estás? – al otro lado de la línea, Katherine estaba en el cuarto
de baño, con el pestillo echado, secándose las lágrimas.
- Como todo
el mundo cielo, y bueno… de momento la doctora piensa que todo va viento en
popa. No hay rechazo. – me paso una mano por los ojos. - ¿Y tú? ¿Qué tal todo
por allí?
- Me alegro
muchísimo por ti Nathan, de verdad. Pues… mal, pero qué te voy a contar a ti…
me alegra de que vayas a pasar por aquí una temporada. Tengo ganas de verte.
- No podía
quedarme aquí más tiempo, y ten por seguro de que en cuanto llegue voy a ir a
verte. Yo también te echo de menos. – entonces los dos nos quedamos en
silencio, recordando un pasado feliz que no tardó en marcharse, tan rápido como
llegó. - ¿Y qué tenías que decirme?
- Ah – dice
con la respiración entrecortada, parece nerviosa – nada, nada, solo quería
saber cómo estabas. No hablamos desde… Hace mucho – sabía desde cuando no nos
veíamos. Desde el funeral de Joy. – Feliz año Nate.
- Feliz año
Katherine.
Ambos
colgamos a la vez el teléfono. Estaba rara. Pero era comprensible, todos
estábamos raros.
Sin prisas,
me ducho y como algo mientras Patrick lo preparaba todo. En un maletín guarda
todos mis medicamentos perfectamente etiquetados y la mayoría de mis cosas las
guarda en una gran maleta. Me visto con una sudadera algo agujereada en las
mangas y le espero en la entrada con el perro de la correa mientras él busca
las llaves del coche. Hacía media hora que las buscaba y estaban en el mueble
de la entrada, pero no iba a decirle nada, quería saborear un poco más los
últimos recuerdos de aquel piso.
- ¿Chino o
tailandés? – le preguntaba a Joy con las páginas amarillas en la mano. Estaba
tumbada en el sofá cubierta de mantas.
- No tengo
hambre Nate – me dijo, acurrucándose entre ellas como una niña pequeña. Tenía
algo de fiebre y no se sentía muy bien
aquel día, pero mis esfuerzos por complacerla eran infinitos y mis ganas, aún
mayores.
- Puedo
pedir una pizza si quieres, Hawaiana, tu favorita – me siento en el suelo, a
sus pies, apoyando la espalda en el sofá.
´- Odias la
fruta en la pizza. – dice afirmando lo que yo ya sabía.
- Entonces
ya sabes cuánto te quiero y cuánto quiero que comas para ser capaz de pedir esa
incoherencia de comida ¿A quién se le ocurre? – empiezo a buscar el número de
la pizzería más cercana en la guía sin saber muy bien cómo usar una.
- A los
hawaianos supongo, pero en serio cariño no tengo hambre… - el rostro me cambia
completamente para ponerme serio. El propio médico lo había dicho, no podía
dejar de comer.
- Joy,
hazlo por mí ¿vale? – Joy se acerca y me da un beso en la mejilla. Estaba
destemplada y entendía que no quisiera comer. Pero cuanto más se cuidara, más
viviría.
- Vale,
pero que sea de la pizzería Mateo, por favor – sonríe con una mueca y mi
corazón se derrite ante ella, algo que solo Joy conseguía. Sabía que lo hacía por mí, para que estuviera contento, pero aún así me bastaba.– Te quiero – y esas
dos palabras directamente me daban todas las ganas que me faltaban para seguir
adelante.
Patrick
sale de las habitaciones y se queda parado frente a mí.
- ¿Dónde…? –
mira a un lado y se queda mirando la mesa, sintiéndose estúpido – Gracias por
avisar de que estaban aquí Nathaniel.
Mi hermano
coge las llaves y echo un último vistazo a mi piso. Volvería en unos meses,
volvería. Mientras que Patrick saca las maletas me dirijo a mi habitación y abro
la puerta <<Das asco>> Era la voz de Patrick en mi cabeza, una y
otra vez. No quería dar asco. De la mesa alcanzo el marco caído y lo sostengo
un rato entre mis manos mientras escucho a Patrick llamarme desde el salón. Me
quedo pensativo un instante… No puedo separarme de ti, Joy.
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