sábado, 3 de enero de 2015

#Capítulo 5



Me encontraba agazapado en una esquina del sofá, mirando al horizonte, con el cabello ya seco y rodeado de mantas y, pese a eso, estaba entumecido. Tenía congelados hasta los dedos de los pies y el cuerpo entero me temblaba.

Patrick se sienta a mi lado y me entrega una taza con un líquido caliente y humeante. Una infusión, quizás. En mi cabeza se reproducían recuerdos uno por uno, a cual más doloroso. Distintas estaciones del año, distintos grados de enfermedad, tanto suyos como míos. Recuerdo haber tenido serios problemas de respiración antes del trasplante y ella, a la vez, tumbada en la camilla de al lado, muy enferma, dándome la mano.

- Nate – me dice Patrick, pero yo sigo sin dejar de mirar algún punto lejos de donde nos encontrábamos, perdido, en un mar de dudas en las que nadie sabía la respuesta.

- Que – digo con la taza entre las manos. No me había dado cuenta de que había puesto la televisión. Las noticias. Hablaban de algo en relación con el fin del año, el día siguiente sería treinta y uno de diciembre. Mierda.

- Nathan no puedes seguir así – entrecierro los ojos y me quedo en silencio, avergonzado por no poder controlar mis propios sentimientos y que mi hermano tuviera que verme en aquel estado de mierda. – Nate, escúchame, no puedes pasar así el resto de tu vida, necesitas salir de este piso, cambiar de aires… ¿Por qué no llamas a Ian?

- Patrick, hace poco más de una semana que Joy a muerto – al pronunciar aquellas palabras las escupo como si fueran veneno. Aún no me lo creía. Mi Joy, mi preciosa Joy había fallecido. – dame un poco de tiempo…

- No. – dice Patrick rotundamente. Le miro y tiene el ceño fruncido y parece cabreado - ¿Crees que me voy a quedar aquí con los brazos cruzados porque los médicos digan que tienes depresión? – Mi hermano suelta un bufido, nunca había visto a Patrick así conmigo, enfadado o incluso decepcionado, siempre había sido comprensivo y respetuoso, no entendía por qué ahora actuaba de aquella manera– Tu novia a muerto, hace poco, sí, pero no va a volver. Se la ha cargado un puñetero cáncer de mierda ¡Pero eso ya sabíamos que iba a pasar! Todos nos hicimos a la idea, nos despedimos, pero tú… - aprieto la mandíbula y los puños con fuerza.

- Cállate, no quiero escucharte más…

- ¿Crees que ella querría verte así? – empieza a reírse, triste, agotado -Das asco. – y era cierto lo que mi hermano decía. Daba asco.

Entonces me despierto de aquella maldita pesadilla tumbado en mi cama. Después de la escena en el baño mi hermano me había dado la medicación y me había quedado dormido de nuevo. Me paso la mano por el rostro <<Das asco>> se me repetía una y otra vez en la cabeza, en un bucle cerrado del que no sabía cómo salir. Y la voz de mi hermano pasaba a ser la de Joy, luego a la voz de mi madre y, más tarde, la de mi padre.

Mi padre siempre fue un buen hombre, moreno de anchas espaldas y muy trabajador. Llegó a tener muchísimo dinero, el que ahora mi madre, después de su muerte, se gasta en viajes a Italia. Se llamaba Dylan Robinson. Murió cuando era pequeño de problemas del corazón. Por lo que Patrick me contaba, adoraba la música y adoraba a sus hijos. Había cosas que me costaba recordar, pero nunca vi una falta de respeto en su vocabulario, era un hombre muy correcto. Patrick se parecía mucho a él en ese aspecto, sin embargo, mamá no viene a verme, o eso dice mi hermano, por el dolor que supone ver de nuevo a mi padre en una cama de hospital. Según ellos, era la realidad, mi padre y yo nos parecíamos como dos gotas de agua, pero a mi parecer sus razones eran otras muy diferentes.

Aún recuerdo ver a mi padre sentado al piano, tocando Sleep Away de Bob Acri. Era una pieza preciosa, a piano, que de pequeño adoraba escuchar. Me quedaba horas sentado frente al piano, intentando imitar a mi padre cuando éste se iba a trabajar. Pero nunca lo conseguí y con la muerte de papá nunca lo volví a intentar. Y supongo que nunca lo haré.

Miro a un lado y en la mesa hay un marco caído intencionadamente. Era una foto mía y de Joy, de las pocas que conservaba. Aquel día fue en el jardín de la casa de Patrick, fue la última vez que estuvimos allí. Que yo recuerde, no fue una buena época. No me encontraba como debería  y el pulmón no llegaba, al volver de aquel viaje me hospitalizaron y no mucho después a Joy. En aquella foto estaba sentado en una silla de ruedas. Había hecho grandes mejoras, pero mis otros problemas me mantenían allí. En aquel retrato tenía el rostro pálido y grandes surcos morados bajo los ojos, pero sonreía. Joy me abrazaba por la espalda con un pañuelo celeste en la cabeza y una sonrisa de oreja a oreja. Recuerdo a la quisquillosa de mi novia con el ceño fruncido diciendo <<No, Patrick más cerca ¡Pero no tanto! Vamos, a la derecha… no, no, a mi derecha. Eso es… ¡Pero tienes que contar hasta tres!>> El recuerdo me hace sonreír, pero no me atrevo a colocar bien el marco. Tendría que volver a enfrentarme a ella.

- ¡Patrick! – lo llamo desde la habitación con un grito. Debió de creerse que algo me pasaba puesto que entró en la habitación subiéndose la cremallera del pantalón a toda prisa - ¿Qué estabas haciendo? – digo con el ceño fruncido, sentado sobre la cama. El Perro aprovecha que la puerta se ha abierto para entrar corriendo y subirse a la cama. Era demasiado cariñoso para mi gusto.

- Estaba en el baño ¿Qué ocurre? – dice tranquilizándose al ver que todo estaba bien.

- La doctora Thomson tiene razón. – digo quitándome al perro de encima, que intentaba lamerme la cara. – Tengo que irme de aquí – Patrick sonríe, obviamente complacido por mi razonamiento y por la felicidad de ver a sus niñas.

- ¿Estás seguro? – me dice cauteloso,  con miedo de que fuera a echarme atrás.

Pero era cierto. La veía en todas partes, en la cocina, en el salón, en el baño, en nuestra habitación… Había intentado deshacerme de todo lo relacionado con Joy. Los marcos, las pinturas en las paredes, su guitarra, sus medicamentos… Pero no eran sus cosas lo que me hacía verla o recordarla, todo estaba en mi cabeza, y estar allí, donde no hace mucho había estado con ella…

- Totalmente – le respondo, resignado por mi respuesta.

Era cierto que no quería irme, no quería dejar todos aquellos recuerdos allí, pero tampoco quería llevármelos conmigo, por mi propia salud mental. Todavía recordaba su olor, qué se sentía cuando te besaba, cuando te abrazaba… Y dolía, dolía como para soñar con ella cada noche, como para tener ataques de pánico cuando me doy cuenta de que no está, como para querer vivir mi vida por ella nueve veces, pero a la vez querer morir diez, como para llamarla, olvidando por completo que nunca recibiría una respuesta suya. Cuanto habría dado por que ella fuera la que hubiera vivido, ella lo hubiera llevado mucho mejor, hubiera sabido cómo actuar, qué era correcto y qué no… Estaba seguro de ello.

Al día siguiente, la mañana de año nuevo, Patrick me despierta con un estruendo enorme en mi habitación. Abro un ojo y miro qué está haciendo y luego me tapo con la manta hasta la cabeza.

- ¿Pero qué estás haciendo imbécil? – me dolía la cabeza y de lo que menos tenía ganas era de pelearme con mi hermano.

- Recoger tus cosas, nos vamos éste mediodía para estar allí antes de las doce. Solo nos llevamos lo más importante, ya vendré otro día a por lo demás. – siento como me cae los pies de la cama la ropa que va sacando. – Por cierto, he llamado a Katherine para decirle que estaremos allí, quiere hablar contigo. Llámala.

Me quedo unos segundos bajo las mantas, en silencio. Tendría que levantarme tarde o temprano. Pero en aquel momento mis ganas eran pocas.

- Dios santo Nathan, toma – me arranca las sábanas y me da su teléfono móvil – llámala.

Me cae el móvil a un lado y Patrick abandona la habitación con un montón de ropa entre las manos. Me quedo un rato mirando el teléfono, pensando qué me tendría que decir, pero solo habría una manera de averiguarlo. Marco su teléfono y me pongo el aparato en el oído.

- Hola Kate – digo cuando responde al teléfono, con la voz todo lo tierna que podía. Ella había tenido que tirar de una niña pequeña a pesar de haberse muerto su hermana.

- Que hay Nathan ¿Cómo estás? – al otro lado de la línea, Katherine estaba en el cuarto de baño, con el pestillo echado, secándose las lágrimas.

- Como todo el mundo cielo, y bueno… de momento la doctora piensa que todo va viento en popa. No hay rechazo. – me paso una mano por los ojos. - ¿Y tú? ¿Qué tal todo por allí?

- Me alegro muchísimo por ti Nathan, de verdad. Pues… mal, pero qué te voy a contar a ti… me alegra de que vayas a pasar por aquí una temporada. Tengo ganas de verte.

- No podía quedarme aquí más tiempo, y ten por seguro de que en cuanto llegue voy a ir a verte. Yo también te echo de menos. – entonces los dos nos quedamos en silencio, recordando un pasado feliz que no tardó en marcharse, tan rápido como llegó. - ¿Y qué tenías que decirme?

- Ah – dice con la respiración entrecortada, parece nerviosa – nada, nada, solo quería saber cómo estabas. No hablamos desde… Hace mucho – sabía desde cuando no nos veíamos. Desde el funeral de Joy. – Feliz año Nate.

- Feliz año Katherine.

Ambos colgamos a la vez el teléfono. Estaba rara. Pero era comprensible, todos estábamos raros.

Sin prisas, me ducho y como algo mientras Patrick lo preparaba todo. En un maletín guarda todos mis medicamentos perfectamente etiquetados y la mayoría de mis cosas las guarda en una gran maleta. Me visto con una sudadera algo agujereada en las mangas y le espero en la entrada con el perro de la correa mientras él busca las llaves del coche. Hacía media hora que las buscaba y estaban en el mueble de la entrada, pero no iba a decirle nada, quería saborear un poco más los últimos recuerdos de aquel piso.

- ¿Chino o tailandés? – le preguntaba a Joy con las páginas amarillas en la mano. Estaba tumbada en el sofá cubierta de mantas.

- No tengo hambre Nate – me dijo, acurrucándose entre ellas como una niña pequeña. Tenía algo  de fiebre y no se sentía muy bien aquel día, pero mis esfuerzos por complacerla eran infinitos y mis ganas, aún mayores.

- Puedo pedir una pizza si quieres, Hawaiana, tu favorita – me siento en el suelo, a sus pies, apoyando la espalda en el sofá.

´- Odias la fruta en la pizza. – dice afirmando lo que yo ya sabía.

- Entonces ya sabes cuánto te quiero y cuánto quiero que comas para ser capaz de pedir esa incoherencia de comida ¿A quién se le ocurre? – empiezo a buscar el número de la pizzería más cercana en la guía sin saber muy bien cómo usar una.

- A los hawaianos supongo, pero en serio cariño no tengo hambre… - el rostro me cambia completamente para ponerme serio. El propio médico lo había dicho, no podía dejar de comer.

- Joy, hazlo por mí ¿vale? – Joy se acerca y me da un beso en la mejilla. Estaba destemplada y entendía que no quisiera comer. Pero cuanto más se cuidara, más viviría.

- Vale, pero que sea de la pizzería Mateo, por favor – sonríe con una mueca y mi corazón se derrite ante ella, algo que solo Joy conseguía. Sabía que lo hacía por mí, para que estuviera contento, pero aún así me bastaba.– Te quiero – y esas dos palabras directamente me daban todas las ganas que me faltaban para seguir adelante.

Patrick sale de las habitaciones y se queda parado frente a mí.

- ¿Dónde…? – mira a un lado y se queda mirando la mesa, sintiéndose estúpido – Gracias por avisar de que estaban aquí Nathaniel.

Mi hermano coge las llaves y echo un último vistazo a mi piso. Volvería en unos meses, volvería. Mientras que Patrick saca las maletas me dirijo a mi habitación y abro la puerta <<Das asco>> Era la voz de Patrick en mi cabeza, una y otra vez. No quería dar asco. De la mesa alcanzo el marco caído y lo sostengo un rato entre mis manos mientras escucho a Patrick llamarme desde el salón. Me quedo pensativo un instante… No puedo separarme de ti, Joy.

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