miércoles, 31 de diciembre de 2014

#Capítulo 4


 

 

Miro el techo de mi habitación. Estoy tumbado en la cama dándole vueltas a la cabeza, preguntándome el porqué de muchas cosas. Una mano caía a un lado de la cama, y la otra acariciaba el lomo del cachorro.

Al llegar a casa habíamos encontrado todo el salón lleno de restos de cojines raídos, zapatos y ropa mordida por todas partes y el pequeño Perro mordiendo uno de los zapatos de piel de Patrick. Mi hermano se puso como una fiera, literalmente, así que mientras él recogía yo me fui a mi habitación a pensar. Quizás estaba siendo demasiado injusto con Patrick. Se encargaba veinticuatro horas de mí, me llevaba al médico, al psicólogo, a los grupos de apoyo, al terapeuta, al cementerio… A veces me acompañaba a ver a la familia de Joy y me llevaba a casa cuando no podía ver más desesperación. No veía a su esposa ni a sus hijas, había tenido que tomar sus vacaciones para cuidarme a mí. Y era Navidad, quedaban apenas dos días para que acabara el año… Me echo a un lado y cierro los ojos. Le debía mucho a aquel que estaba limpiando en ese momento el estropicio del salón.

- ¡Quieres dejarme tranquilo de una vez! – le digo a Patrick en medio del pasillo del hospital. Tenía vendas por todas partes, estaba conectado a un gotero y a una bombona de oxígeno y permanecía  tumbado en una de las camillas del hospital. Tenía la voz ronca y un mal día.

Íbamos, acompañados del doctor, a mi habitación, procedentes de  la sala de observaciones. Me habían operado hacía unos días y me habían tenido en observación desde entonces. En ese momento estaba especialmente irritable por la contestación de mamá ante el accidente <<¿Suspender mi viaje a Italia? Cariño no creo que te puedas ir en una semana mucho más lejos de la puerta del hospital>> dijo entre risas, y tenía razón. Paralítico o no, a quién quería engañar, no podría salir de allí en mucho tiempo. Pero había pasado tres días en coma y me habían hecho pedazos, además de que tenía un pulmón que servía más de bailarín de salsa que de pulmón, y mi madre  no había llamado una sola vez. Entramos en la habitación mientras discuto con Patrick y colocan la cama en su lugar. Estoy tan metido en la conversación que no veo a las personas que contemplaban la escena en la otra punta.

- Señor Robinson, ya que nos hemos quedado sin camas en las habitaciones femeninas tendrá que compartir, temporalmente, habitación con la señorita Milton. Espero que no le importe.

Miro a un lado y allí estaba ella, con el cabello recogido en un moño, vestida con un pantalón corto y una camiseta roja bajo una sudadera abierta. Recuerdo algo que llamó mi interés, aquellos ojos verdes llamaban clarísimamente la atención. Y la conocía. La había visto hacía unos días, era la chica sentada en la silla de ruedas. La chica que conocía mi nombre.

En aquel momento no supe mucho de ella, estaba con su familia mientras yo me quedaba junto a mi hermano mirando el techo, durmiendo o preguntándole sobre cosas sin importancia que me distraerían del dolor. Os estaréis preguntando como pasé de ir en silla de ruedas a estar completamente roto. En la prueba localizaron daños internos como los del pulmón, que resultaron ser más graves de lo aparentes y me estaban dando una medicación tan fuerte que ni me enteré, ahí empezaron las operaciones y la búsqueda de un pulmón en buen estado que no llegaría hasta años después.

Al anochecer nos quedamos ella y yo solos, acompañados de mi hermano. Ella estaba bien, aparentemente, pero estaba muy delgada. Hay algo en ella que me gusta, no sabía exactamente el qué pero aquella chica y yo conectamos desde el primer momento.

- ¿Y a ti que te pasa? – le pregunto ya aburrido de los temas de conversación sobre política de Patrick.

La chica me mira y recordaré esa mirada siempre. Ella frunce el ceño y cierra el libro sin importarle la página. Se queda pensativa y se cruza de piernas, de pronto sentí una necesidad extraña de acercarme a ella pero aquel pensamiento se va tan rápido como llega

- Cáncer – lo dice en un suspiro, como si hubiera cogido todo el aire de sus pulmones y lo hubiera expulsado de un tirón con aquella palabra – Soy cáncer y tengo cáncer - dice sonriendo y echándose hacia atrás – Se lo deberían haber imaginado. – Río por lo bajo ante la estupidez que había dicho.

- Pues estás jodida. – La miro aún con la mueca de una sonrisa, quitándole toda la importancia que merecía. Un enfermo odiaba dar pena y eso lo sabía en primera persona.

- Dime algo que ya no sepa – la chica se levanta de golpe y me mira, expulsando nervios por los poros - ¿Y a ti? ¿Qué te pasa? ¿Voy a acabar igual que tú? – ante la mirada inocente de una chica que no hacía mucho que estaba en el mundo de los cancerosos pude ver el miedo.

- No, con suerte estarás un poco calva y bastante mejor que yo – ella ríe y se me detiene el corazón ¿por qué? No os lo sabría decir. Me callo un instante y sigo – salí mal parado en un accidente de moto y ahora estoy paralítico y esperando a un trasplante de pulmón pero ¿A quién le importa? – se queda en silencio un momento mientras juega con la pulsera del hospital. Miro hacia Patrick y éste leía una revista que solo mi hermano compraba, estaba pasando olímpicamente del tema.

- Sé que tú no te acuerdas de mí, pero yo si me acuerdo de ti y necesito a un amigo. En estos momentos eres lo más parecido a uno así que me vas a aguantar… - la chica coge aire y lo suelta con fuerza, como si quisiera soltar algo que llevara grabado muy dentro - Tengo miedo. Mañana empiezan con la radioterapia y no sé qué me va a esperar… - se vuelve a tirar hacia atrás y yo me quedo pasmado mirándola. Tenía la camilla arqueada y estaba sentado, observando como sus miedos se abrían paso. ¿Quién era Joy Milton?

- ¿Hacemos un trato? – suelta un sí exasperada, sin cuestionárselo dos veces – cada vez que vayas a radio me dirás un número del uno al diez, dependiendo de cómo pienses que va a ser de horrible la sesión. Y yo mismo lo haré con las sesiones de fisioterapia. Cuando vuelvas me dirás el número real y si ese número ha descendido encontrarás una rosa blanca sobre la mesa al día siguiente, una por cada sesión superada.

Y así hice. De la primera sesión volvió con ojeras, cansada y aturdida. Antes de salir dijo un siete, al volver dijo un diez. De todas formas una rosa roja la esperaba, por ser la primera. La siguiente sesión dijo un diez y, al volver, fue un nueve. Pronto en la mañana una rosa blanca acompañaba al jarrón en la mesilla de noche y así fueron pasando los días, ella iba mejorando y empeorando continuamente y las rosas había veces que acudían y otras que lamentablemente no. Y hablábamos  mucho, sobre todo los primeros días en los que teníamos mucho por conocer.

Despierto del sueño aturdido, empapado en sudor. Malditos sueños que me recordaban la esclava imagen de la que era dueño. Era el día en el que nos conocimos de verdad, los días que vinieron después solo consiguieron unirnos más, pronto fuimos grandes amigos. Y comencé a amarla. Comencé a amarla sin darme cuenta, despacio y sin prisas hasta que, cuando tomas conciencia de lo que siente tu corazón, ya es demasiado tarde. Estás enamorado hasta la médula, no respiras si ella no lo hace y tu adicción va a más. Cada vez que la miraba y sonreía todo parecía mucho mejor, más bonito a pesar de ser amargo, su dulzura alcanzaba cada esquina de tu alma y te hacia volar, sentirte pequeño y feliz. De pronto me tuvo a sus pies como un amo tiene a su perro, era esclavo de su aroma, de su mal humor, de sus ojos verdes, de su piel… Y era suyo. Era completamente suyo. Y pensaba aquellas palabras enamoradas una y otra vez, como un loco en su locura, del amor de un triste hombre sin esperanzas a una verdadera princesa, a cuyo hombre se le había dado la oportunidad de amar y ser correspondido. Siempre pensé y pensaré que no hay mayor regalo, mayor sueño, mayor deseo, que en una triste y llana vida, llena de sombras y oscuridad, una pequeña luz se abra en el camino y te enseñe que el dolor merece la pena si eso significaba que pude conocer a la joven Joy.

Y pensar que podría haberla conocido antes, que podríamos habernos enamorado antes…

- ¡Patrick vete a casa y búscalo! – le grito enfurecido, no me hacía ni caso.

- ¿Pero qué quieres Nathaniel? No te voy a dejar solo – dice frunciendo el ceño. – Te pongas como te pongas – llevábamos así un rato y no cambiaba de opinión.

- ¿Pero es que no me escuchas? Llama alguien y que lo busque, ¡Necesito ese anuario! – reconozco que muchas veces no he sido amable con Patrick, pero en ese momento me estaba sacando de mis casillas. Estábamos solos en la habitación de hospital, Joy se había marchado a radioterapia y yo iba a lanzarle la bombona de oxígeno a mi hermano justo en la cabeza. Patrick suspira, el pobre solo quería que estuviera tranquilo y solo parecía estarlo cuando Joy estaba delante.

- Vale, espera, voy a llamar a Anwar para que vaya a buscarlo, pero si no lo encuentra te aguantas – dice levantándose a coger su móvil.

Una hora más tarde, el amigo de mi hermano, Anwar, apareció con un libro entre las manos. Si no hubiera sido paralítico me hubiera lanzado a sus brazos y le hubiera besado su brillante frente.

En cuanto tuve el libro en mis manos empecé a pasar las fotos una por una, examinando cada nombre, en cada página. Había firmas y dedicatorias por todo el anuario, además de números de teléfonos y palabras de apoyo.

Me detuve en una foto, era la foto del coro del instituto. Nunca le presté demasiada atención ya que cantar no era lo mío pero ahí estaba ella, en una esquina. Ella sonreía tímida sin mostrar los dientes, avergonzada por el corrector dental, llevaba flequillo el cual le tapaba los ojos tan bonitos que tenía. Entonces la recordé.

- Iba a mi clase de historia, ahora la recuerdo, iba a mi clase y ni me acordaba de ella – digo más para mí que para los demás. Por eso sabía mi nombre. Recuerdo a una chica que intervenía poco y no llamaba la atención, se matenía oculta, atenta y sin destacar sobre nadie.

Aquella era Joy. Había cambiado un mundo, estaba  mucho más guapa y aparentemente más abierta y sociable que antes. Sonrío.

- Patrick, compra todas las rosas blancas que tengan.

Salgo de la habitación todo sudado y me meto en la ducha. Dejo que el agua corra y que el calor del agua hirviendo relaje mis músculos, sintiendo como se adormecen. Me encontraba fatal. Era por la mañana temprano y mis sueños habían hecho resurgir el pasado… Cómo Joy entraba en el baño mientras me duchaba sin permiso, recordaba su manera tan especial de ver la televisión, colocando los pies sobre el respaldo del sofá y dejando caer la cabeza, no sabía cómo nunca se había caído. Extrañaba su peculiar manía de antes de almorzar comer cereales o como le entraba la risa sin ninguna razón al lavarse los dientes. Joder, murmuro por lo bajo, apoyando la cabeza sobre los azulejos, dejando el agua correr, quiero  que vuelvas Joy, por favor vuelve.

- Cásate conmigo – le decía medio broma en medio en serio, a lo que ella siempre me contestaba…

- No, ni de coña – entre risas y besos ella me acariciaba el cabello y me miraba a los ojos de aquella manera que hacía que me temblara todo el cuerpo.

-¿Por qué no? Cásate conmigo – le vuelvo a repetir enterrando el rostro en su cabello. Hacía dos años que nos encontramos en el hospital después de un sinfín de casualidades. Ella volvía a reír.

- ¿Sabes por qué no? – me susurra en el oído – porque si me caso contigo te vas a confiar, vas a creer que voy a ser tuya para siempre y me vas a descuidar. Me gusta ser tu princesa – una mueca en forma de sonrisa se me curva en el rostro.

- Algún día lo conseguiré – digo contemplándola, tras unos segundos de completo silencio. Había perdido todo el cabello y estaba muy delgada, aparte de eso estaba pasando una buena racha.
Con el puño, le pego a la pared con todas mis fuerzas, temblando y con las lágrimas camufladas entre el agua que caía sobre mi cabello y me cruzaba el rostro. Cuando Patrick entra en el baño me encuentra en medio de un ataque de pánico. Estaba agazapado en el suelo de la bañera con las dos manos en el rostro, temblaba de arriba a abajo y me costaba respirar. Lo primero que hace mi hermano es apagar el agua caliente y sacarme de allí. No podía más, no puedo más... Me repetía una y otra vez...

No hay comentarios:

Publicar un comentario